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Príncipes y princesas

No podía ser de otra manera. Ningún colectivo ha suscitado tanta admiración en España como nuestros sanitarios así que la primera columna que escribo, una vez que toca en la puerta cierta normalidad respecto al coronavirus, tenía que dedicársela a ellas y ellos, a nuestros sanitarios. Sin ser todavía Premio Príncipe de Asturias ya nos faltaban palabras para gritar nuestra gratitud a quienes han mostrado ser los mejores. Con el corazón formaron un cordón humano de afectos y compromiso que nos admiró a todos. No escribo nada nuevo, todo se ha dicho de ellos, enfermeros, médicos, mantenimiento, limpieza, en fin, de esos seres queridos y admirados que nos han dado miles de lecciones, llorando discretamente por los pasillos y limpiando esas lágrimas tras las mascarillas para que no las vieran los enfermos que combatían por la vida. Cuando hablamos de la calidad humana, de la profesionalidad y el dolor nos vienen a la cabeza sus sueldos escasos, sus horarios eternos, la falta de medios y brutales recortes, esos de los que se ha beneficiado la sanidad privada. Una sanidad en precario fruto de recortes políticos que todos ocultan y nadie justifica, nadie investiga. En ese mar de dudas nuestros sanitarios han regalado vida jugándose la suya y en muchos casos perdiéndola. Todos nos hemos emocionado y en algunos portales de la ciudad se han vivido escenas emotivas como la de esos vecinos que esperan en la escalera la llegada de dos vecinas enfermeras, cansadas y llorosas, a las que reciben como reinas. Comidita caliente y ropa limpia.

En la casa de un enfermero sus vecinos también le dejan una bandeja con la mejor cena posible; alguien le plancha sus camisetas y ahí quedan, dobladas en la cama. En fin, bien están los premios pero no olviden dotarlos de medios y dignificar su trabajo con mejoras económicas. De los premios no se vive y ellos merecen vivir mejor. Mucho mejor. ¡Gracias!

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