"I ja quan l'última gota de temps

s'escorrega per la meua sang,

vull que posen escrit en una flor

"i ell no va participar-hi€"

I res més."

Domènec Canet, Carcaixent, 1971

Hay muchos y variados terrorismos. ¿Hubo en el PP exmilitantes del FRAP? ¿Culpables del ser o del hacer? Con superioridad torcida y gesto airado, la aristocrática portavoz del PP de Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, se enzarzó en rifirrafe con Pablo Iglesias en sede parlamentaria: «Usted es hijo de un terrorista. Pertenece a la aristocracia del crimen». Como en un torneo, ante el desconcierto de Patxi López, inflamaba la polémica. Me recordó, en su terminología, que tengo un amigo «terrorista».

Perversión

Siempre ha sido una infamia achacar a cualquiera, con ánimo ofensivo, las ideas o acciones de un allegado. No hay razón para esgrimir la vinculación paterno-filial o fraternal como descalificación ni crítica. Ni personal ni política. No es preciso formarse en Oxford para saber que es un ejercicio execrable. El envite, de lo más zafio que se ha visto entre «sus señorías», me avivó en la memoria que tengo un amigo que militó en el FRAP -Frente Revolucionario, Antifascista y Patriota, (1971- 1978)-. Es de las mejores personas que conozco. Pasó por interrogatorios, palizas y las galerías cárcelarias. Aquella persecución le dejó secuelas físicas y anímicas.

Miedo

Alguien debería informar a la plurinacional marquesa de Casa Fuerte que, aunque ella no los vivió, España pasó por cuarenta años de Dictadura franquista -fruto de la sublevación de julio de 1936- sin legitimidad democrática alguna. Con 50.000 ejecutados, sin juicio ni garantías, en la posguerra, sobre sus espaldas. El FRAP, fundado por el exministro republicano de Estado, Julio Álvarez del Vayo, quería constituir una República popular y federativa. Era una organización revolucionaria radical. Tres de sus militantes estuvieron entre los últimos cinco fusilados de la dictadura de Franco, en 1975. La dialéctica del miedo ha sido constante en la historia de España. El Santo Oficio de la Inquisición (Torquemada, Conde Duque de Olivares), de naturaleza eclesiástica, con prolongada implantación en tierras valencianas (1233- 1826) fue una potente estructura para provocar terror y asegurarse el poder de las creencias. Contra brujas, conversos, judíos, moriscos y disidentes. Joan Fuster escribió: «La Inquisició espanyola -i "espanyola" en la mesura, eficaç, en que volien que ho fos- va ser un prodigiós instrument de la por. I la por continùa». ¿Cuántas víctimas se contabilizaron en el haber inquisitorial? Muchas, muchísimas. La última, en España, el maestro valenciano Cayetano Ripoll, de Ruzafa. Condenado a muerte por eliminar el crucifijo del aula y sustituir el saludo de «Ave María» por «Alabado sea Dios» a sus alumnos. Los inquisidores, inmisericordes, lo ahorcaron en 1826 en vez de abrasarlo.

Modalidades

Hay múltiples estrategias para infundir terror. La que practicaba el FRAP, como forma violenta de lucha política, fracasó en el intento de derribar la estatua ecuestre de Franco que presidía la plaza mayor de València. Muchas violencias perviven entre nosotros. El terror ha acompañado a la subversión del orden establecido, invasiones, golpes de Estado, genocidios y los tremendos excesos colonialistas. Todavía perviven. En la Transición, la Operación Galaxia en 1978, el golpe de Estado del 23-F (1981) de Tejero, Armada y Milans del Bosch y la silenciada conspiración golpista de 1985. Siempre protagonizadas por militares. Entrelazado prosigue el terrorismo confesional, el empresarial, el laboral -atentado de Atocha-, la extralimitación policial. Aviso a navegantes: en Madrid ha fallecido recientemente el policía torturador Billy el Niño, con todas las condecoraciones y pagas por sus fechorías, en vigor.

Terror empresarial

En València, el terrorismo empresarial llevó a la patronal CEV a desestabilizar la Cámara de Comercio de València en 1995 -su contrapoder- mediante la asfixia financiera y la escalada de intimidación. La amenaza provocada de bancarrota llevó a su presidente, José Enrique Silla, en enero de 1995, a presentar la dimisión. De la mano mendaz de los dirigentes del PP Eduardo Zaplana y la exalcaldesa Rita Barberá. Lo embaucaron para ir en las listas municipales, con la promesa de acceder a la presidencia de la Diputación de València. Compromisos que nunca cumplieron. Terror y mentira.

Ignorancia

Cayetana Álvarez de Toledo debería saber que, en el PP de la Comunidad Valenciana, uno de los primeros fichajes que hizo Eduardo Zaplana en su ascensión a la Generalitat fue Rafael Blasco Castany. Lo ubicó en el Palacio de Vistahermosa en 1996. Un excabecilla del FRAP, en las más altas responsabilidades del partido conservador. Rafael Blasco fue detenido y condenado por el Tribunal de Orden Público en 1976, como máximo representante del PCE y del FRAP en Catalunya. Acortó su encarcelamiento por la amnistía general decretada para presos políticos. Fue conseller de Presidència y de Obras Públicas con el PSOE.

Con el Partido Popular, a pesar de las soflamas de Álvarez de Toledo, Blasco fue diputado desde 2003 a 2011, portavoz del grupo en las Corts con Francisco Camps, de 2009 a 2012 y cinco veces conseller. Hasta que estalló por segunda vez el «caso Blasco». La primera, cuando fue expulsado del PSOE en 1989 y la segunda, con el «caso Cooperación» y otros subsiguientes, por los que tuvo pena de cárcel. Sigue pendiente de sentencia.