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De Mineápolis a Lleida, el racismo asfixia

El odio al diferente, al negro, al Otro, especialmente si es vulnerable, recorre el mundo. Un odio que asfixia, y si no eliminamos el racismo y la desigualdad, el mundo será cada vez más irrespirable. Estos días, el rostro de la brutal y lenta muerte de George Floyd, perpetrada en Mineápolis por un policía, ha desatado una oleada de protestas en EEUU. Las protestas, muchas pacíficas, han sido apoyadas por rostros famosos del mundo del deporte, la política, el cine, etc. que han hecho un llamamiento contra el racismo y la exclusión de la población afroamericana que vive en el continente norteamericano. Las protestas han tenido un alcance mundial que no se recordaba desde la muerte de Martin Luther King. Cómo es posible que la comunidad afroamericana siga hoy discriminada en EEUU, que tenga, por ejemplo, una esperanza de vida más corta o sea la más vulnerable frente al COVID19. A veces la denuncia por medio de la ficción es un buen aliado para entender estas complejidades, James Baldwin o Toni Morrison han escrito sobre ello. Les invito a ver dos series. Así nos ven es una mini serie que retrata cómo cuatro adolescentes afroamericanos llegan a confesar un crimen que nunca cometieron y por el que pasaron entre 6 y 13 años en la cárcel. Esta historia real es un retrato del racismo sistémico que llega a corromper a las fuerzas del orden. Otra, This Is Us, cuenta la historia de una familia de trillizos, uno es afroamericano adoptado, y muestra la cara del racismo en varias épocas. En ellas, se muestra lo sibilino y cuán interiorizado puede llegar a estar ese nefasto sentimiento.

Keita Baldé es un jugador español, nacido en Girona, de familia senegalesa. Con 25 años, es jugador del AS Mónaco, excanterano del FC Barcelona, exjugador de la Lazio de Roma, y ha sido noticia porque se ha ofrecido a pagar el alojamiento a los temporeros de origen subsahariano que trabajan en Lleida, tras conocer que vivían en la calle. Keita Baldé escuchó la situación y se ofreció a alquilar y pagar por adelantado un hotel para que tuvieran un techo: "Quiero levantar la voz porque debemos ser tratados como personas normales". La noticia saltó a los medios cuando, a pesar de tener pagador por adelantado, ningún establecimiento podía acogerlos, planeando la sospecha de que fuese por su origen. Aunque representantes del sector hotelero de Lleida han negado esta posibilidad, pero el revuelo mediático ha propiciado la colaboración del consistorio que ha abierto un pabellón como albergue para acogerlos. Gracias a los futbolistas -referentes sociales- que ofrecen su dinero a los que menos tienen o se solidarizan con causas justas como Borja Iglesias, jugador del Betis, que lucía en el entrenamiento uñas negras contra el racismo y la homofobia, hay razones para la esperanza.

No es la primera vez que voces denuncian las discriminaciones que sufren los temporeros que trabajan en el campo y las malas condiciones en las que viven. Aunque existe en nuestro país una ideología atávica que los considera "personas non gratas" y los criminaliza, la realidad es que el cierre de fronteras por la crisis del coronavirus ha puesto en jaque la recogida de las cosechas en nuestros campos esta temporada por falta de trabajadores. Esta misma semana, en Diario Público, Marisa Kohan escribía que distintos organismos de Naciones Unidas alertaban a España y Marruecos de la vulneración de derechos que sufren las temporeras que recogen los frutos rojos en los campos de Huelva. El cierre de fronteras y la COVID19 las ha convertido en más vulnerables y han quedado expuestas a nuevas formas de explotación.

Qué difícil se hace respirar con la discriminación y la desigualdad que sufren personas sólo por el color de la piel, su procedencia o su condición de vulnerabilidad. Pero ese odio y esa discriminación tiene un nombre: racismo. Y cuando el racismo se une a la aporofobia, que acuñó Adela Cortina, el resultado es letal para la humanidad entera. Lo explicaba esta semana en un artículo en El País, Sami Naïr: "el racismo en EEUU está vinculado a la sociedad civil. Es un racismo estructural que transfigura, en la realidad y en el imaginario, la diversidad aparente en diferencias sustanciales. Una cultura de la segregación que se experimenta también en nuestras democracias europeas€". Las ramificaciones existen y no podemos obviar que Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos con un discurso supremacista, que Jair Bolsonaro ganó las elecciones de Brasil con un discurso racista y que un exlíder del KKK felicitó a Vox por su ascenso en las urnas. Así es, Vox es un partido que fomenta y alienta el racismo, el recelo al inmigrante y así lo demuestra en cuanto puede con verdades o mentiras porque todo vale en su hoja de ruta. Esta semana, los dirigentes del partido de extrema derecha han criticado el ingreso mínimo vital por considerarlo un "efecto llamada" porque las personas que lleguen en patera tendrán derecho a cobrarlo. Es falso porque las fronteras están cerradas y porque para solicitarlo se exige residencia legal en España de forma continuada durante el año inmediatamente anterior. Los que vienen en patera no están apuntados en las listas del paro, y es requisito. Iván Espinosa de los Monteros ha dicho que no vengan a cobrar el ingreso mínimo vital mintiendo, eso sí en un "fluent english", y azuzando el miedo al extranjero. Las únicas personas que pueden acceder a él son las víctimas de explotación sexual, trata y mujeres en contextos vulnerables de prostitución. El racismo es tóxico, dispara directamente a la convivencia pacífica y atenta contra la dignidad humana. El mundo se enfrenta a un discurso racista que vehicula Trump y sus seguidores de la extrema derecha micrófono en mano. No será fácil cambiar esa mirada; necesitaremos fuerza, razón y palabra para contrarrestar a tanto difusor de odio.

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