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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Amazon me ha fallado por primera vez

Todo el mundo lo compra hoy todo en Amazon, pero no siempre fue así. Soy cliente ininterrumpido de Jeff Bezos desde 1998. Dadas las bajas comerciales o biológicas, y que el zoco electrónico perdía dinero a chorros por aquellas fechas, admito el calificativo de superviviente. En toda Europa no deben contarse ni por decenas los usuarios de aquel almacén, que en el milenio anterior era exclusivamente norteamericano.

Pagar por un producto ofrece una perspectiva sobre su calidad más exacta que fabricarlo, una ley inexorable que respeta Juan Roig y que se aplica también a los periódicos. Afirmo pues que jamás he conocido una empresa humana, comercial o espiritual, que funcione como Amazon. Sin fatuidad, con eficacia vertiginosa, por algo se mece en la cotización bursátil del billón o trillón de euros, según el idioma en que se cuenten. A principios de este año, sospecho que me llegó algún pedido después de desearlo, pero antes de solicitarlo. Bezos había domesticado la anticipación. Los millones de páginas consagradas hoy al comercio electrónico son plagios falibles del maestro estadounidense. Para no enterrar definitivamente el espíritu crítico, confesaré que esta cornucopia amazónica no había amaestrado las recomendaciones a su clientela, probablemente por la defectuosa Inteligencia Artificiosa. Todavía no sabe ofrecerme el producto exacto que enlaza con mi última compra.

Hasta que llegó el coronavirus. Los clientes de larga fecha de Amazon nos disponíamos a disfrutar de un confinamiento privilegiado, seríamos los aristócratas del encierro. Pues no, hemos tenido que soportar a un gigante desorientado, tardón, balbuceante, procrastinador, un Shrek que recordaba a uno de sus imitadores. Su servidor se colapsó una tarde durante más de doce horas, un fenómeno inverosímil en la trayectoria de este cometa, sin precedentes en un cuarto de siglo de fidelidad conyugal.

Las excusas dilatorias de Amazon eran lamentables, se retrasaba porque estaba salvando al mundo expidiendo los productos ligados a la pandemia. La ONG más cara de la historia. La mayor prueba de que se ha bordeado de modo inconsciente el final del mundo no radica en las ruedas de prensa psicodélicas de Fernando Simón, sino en el cuelgue de la única iniciativa humana que ha bordeado la perfección. Todo lo cual ha coincidido con el estruendoso divorcio de Bezos, más preocupado por lucir biceps en moto náutica que por su clientela. Amazon siempre veló por nosotros. Ahora no estoy tan seguro, otra religión que se derrumba en un solo año aciago.

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