Trabajo Infantil. Dos palabras que parecen antagónicas, incluso malsonantes para aquellos que creemos en la justicia social y que un mundo mejor es posible. Deberíamos hablar de «juego infantil», de «salud infantil», de «educación infantil». Sin embargo, hoy, 12 de junio, seguimos celebrando a nivel internacional el día contra el trabajo infantil, que no tiene nada de juego de niños. Y la mala noticia es que este 12 de junio de 2020, golpeado económicamente por la crisis del COVID-19 a nivel global, según los expertos internacionales y los datos que recibimos desde los países en vías de desarrollo, el trabajo infantil está en riesgo de aumentar sus cifras. Y el lector pensará: ¿cómo puede ser que las cifras del paro en Europa se incrementen por la crisis y los niños del sur sigan trabajando? Vayamos por partes para comprender este fenómeno.

¿Qué se considera «trabajo infantil»?

Hay tres Convenciones internacionales que regulan el trabajo infantil. Las convenciones 138 y 182 de la Organización Internacional del Trabajo hablan sobre la edad mínima para trabajar y las prohibición de las formas más duras de trabajo respectivamente. La Convención de Naciones Unidas sobre Derechos de la Infancia es la tercera.

Cualquier forma de trabajo que quebrante las normas 138 y 182 de la OIT es trabajo infantil: Los menores de 12 años que realicen cualquier actividad remunerada al menos una hora o que realicen actividades domésticas por más de 28 horas a la semana. Los niños y niñas de 12 a 14 años que realizan al menos 14 horas de trabajo remunerado o 28 horas semanales de tareas domésticas. Y los adolescentes de 15 a 17 años que realicen 43 horas de actividad económica o tareas domésticas. Cualquier forma de trabajo peligrosa, remunerada o no, sean las horas que sean, de 5 a 17 años, se considera trabajo infantil.

Además de la OIT, los dos organismos de las Naciones Unidas, UNICEF y ACNUR, nos ayudan a dibujar el mapa de esta vulneración de los derechos humanos.

Según estas instituciones, más de 152 millones de niños y niñas del mundo son víctimas del trabajo infantil, y casi la mitad de ellos (un poco más de 72 millones), son víctimas de explotación (entendida esta como esclavitud, trata, prostitución, trabajo forzoso o en fuerzas armadas).

¿Dónde están los niños y niñas trabajadores?

Según las cifras de UNICEF, la mayoría están en el África Subsahariana, donde el 29 por ciento de los menores entre 5 y 17 años trabaja, aunque ningún continente se libra.

El endurecimiento de las legislaciones dirigidas a abolir cualquier forma de trabajo infantil, que incluyen sanciones a empleadores que contraten a menores, lejos de terminar con él solo ha conseguido que aumente la corrupción. El trabajo de los niños y niñas es muchas veces encubierto con el fin de que no sea detectado por los observadores internacionales, lo que les hace todavía más vulnerables.

Y es que, aunque Naciones Unidas desde hace 20 años tiene como meta la erradicación del trabajo infantil para el 2025, (actualmente el 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible), los beneficios que produce el cultivo del cacao en países como Ghana o Costa de Marfil hacen que niños y niñas sigan siendo «imprescindibles» en los campos, tanto en los grandes latifundios como en las pequeñas plantaciones familiares, donde ayudan a sus padres para mantener la economía familiar de subsistencia. Y todo para que aquí, en el norte, disfrutemos de una deliciosa taza de chocolate caliente o un bombón con el café, que posiblemente haya sido también cultivado por un niño en Guatemala.

Trabajo Infantil y COVID-19

La causa fundamental del trabajo infantil es la pobreza. Con la crisis del Coronavirus y el crecimiento de la pobreza global, más menores en el mundo están en riesgo de verse obligados a trabajar. Además, el descenso de la actividad educativa en todo el planeta como medida de prevención, convierte a los menores en más vulnerables. En los países en vías de desarrollo no solo no cuentan con las herramientas para continuar sus estudios fuera de las aulas, sino que, al no poder ir a la escuela, muchos se han visto privados de la única comida completa que hacen al día en el centro escolar. Un porcentaje de estos menores ya no volverán a la escuela tras el parón educativo y se verán obligados a trabajar.

Desde Fundación por la Justicia llevamos a cabo proyectos de educación de calidad como primera medida contra el trabajo infantil, garantizando la igualdad de género, la dignidad de la persona y la justicia social, y alentamos a la ciudadanía al consumo responsable de productos donde niños y niñas no hayan estado implicados en su elaboración. Solo así, entre todos, conseguiremos reducir las cifras escalofriantes del trabajo infantil.