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No más deberes, por favor

Cuatro días después de la declaración del estado de alarma escribí una nota para el periódico, quejándome de los deberes que nuestros hijos estaban recibiendo en el principio del confinamiento. Era una queja a la totalidad, sobre la cantidad desproporcionada de ejercicios, sobre la poca imaginación, sobre que nuestras casas no disponían de impresora, ni de cuatro tablets, ni de ordenadores con programas de dibujo técnico, fotografía o programación avanzada. Quizá no eran ideas fuerza y solo eran ideas de madre asustada que no paraba de oír que los besos habían dejado de curarlo todo y que muchísima gente se estaba muriendo sola. Me quejaba del despropósito de una educación que no enseñaba a vivir la realidad, a recalcular posiciones, enseñar a decirte a ti mismo y a los tuyos: ¡venga, que con lo que haya vamos!

Ahora han pasado tres meses desde entonces y seguimos peor, mucho peor. Mirando obsesivamente el calendario para comprobar cuándo termina junio, cuándo acaba esta esclavitud de padres imprimiendo deberes en sus puestos trabajos, comprobando con horror que ya van tarde, porque resulta que esos deberes tienen fecha de entrega y una vez transcurrida verán aparecer en la pantalla un amenazante aviso de "plazo expirado". Y estoy segura y me consta, que los profesores también miran el calendario con las mismas ansias de que el tercer trimestre más largo de la historia por fin se acabe. Porque lo curioso es que hemos improvisado un sistema educativo no presencial que ha conseguido agotar y desquiciar casi por igual, a padres, a profesores y por supuesto a los niños. Y que ha conseguido, sobre todo, no enseñar nada, al menos nada que cuente.

Hace un par de días, me decía una madre, que el profesor de música había mandado como tarea aprender a tocar el "Over the Rainbow" con la flauta, grabarlo y adjuntárselo en un link. Su hijo tiene 7 años. Me preguntaba para quién son realmente esos deberes, si para los niños, para los inspectores de Educación, para justificar sueldos o para hacer un concurso de padres implicados y aplicadísimos que dominan todas las materias.

La verdad es que habría disfrutado muchísimo si alguno de esos niños le hubiese contestado a su profesor, en un correo electrónico muy educado, aquello de la canción de Joe Crepúsculo: "Mi fábrica de baile no cabe en tu corazón pequeño"

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