En estos días, la clase política, los medios informativos y las redes sociales están constantemente denunciando la denegación de asistencia hospitalaria a algunos enfermos que fallecieron en residencias a causa de la infección por COVID 19, lo que escandaliza a la opinión pública y pone en cuestión la actuación de algunos médicos y gestores de la sanidad al ser acusados de negligencia, mala praxis o negación de auxilio entre otros delitos.

Esto me lleva a la siguiente reflexión:

Tendemos a catalogar a los ancianos como personas tranquilas, activas, que disfrutan de la compañía de sus familiares, en especial sus nietos, con una amplia experiencia y capaces de enseñar y ofrecer buenos consejos; éstos no suelen vivir en residencias y si lo hacen, no son residencias asistidas y su libertad de movimientos de decisión debe estar garantizada. Cuando tienen un problema de salud, hacen uso de su centro sanitario para ser atendidos y en principio son subsidiarios de medidas activas e incluso agresivas, exclusivas del ámbito hospitalario, para seguir manteniendo su aceptable calidad de vida.

En cambio, son muchos los ancianos dependientes con todas o muchas de estas características, alteración en la memoria hasta el punto de no reconocer a sus familiares más directos, agitados por lo que precisan medicación sedante de manera continua, que no pueden alimentarse hasta el punto de que en ocasiones precisan sondas para ello, encamados continuamente, contracturados, con múltiples úlceras en zonas de presión, con secuelas motoras graves, incontinentes y sujetos a repetidas descompensaciones de sus patologías de base y complicaciones infecciosas; éstos, dado su alto grado de dependencia, es literalmente imposible que puedan estar ubicados en sus domicilios ocupando plazas en residencias que deben disponer de todos los recursos necesarios para su cuidado; la gran mayoría están incapacitados para tomar decisiones. Son personas que poco se pueden beneficiar del ámbito hospitalario en caso de descompensación o enfermedad añadida y suelen fallecer por procesos infecciosos, siendo las infecciones respiratorias unas de las más frecuentes; en estos casos, lo deseable sería que reciban tratamientos en el marco de unos cuidados paliativos de calidad, sin requerir a ser posible ingreso hospitalario y mucho menos unos cuidados intensivos; el hospital, lo único que podría ofrecerles son medidas fútiles y ocasionarles un sufrimiento totalmente innecesario antes de la muerte inevitable. Son ancianos poco reconocibles por la opinión pública, no suelen aparecer en reportajes de los medios de comunicación y hasta ahora su muerte nunca ha sido cuestionada por considerarse una "muerte natural" propia de su proceso patológico evolutivo. En resumidas cuentas, la muerte de enfermos dependientes con múltiples patologías irreversibles en residencias por complicaciones infecciosas es habitual.

Tras lo expuesto, son muchos los enfermos no susceptibles de hospitalización durante el proceso de su muerte siempre que sus cuidados estén garantizados por la atención domiciliaria.

Afirmar que las casi 20.000 muertes por el coronavirus ocurridas en las residencias del territorio nacional son constitutivas de delito por ser debidas a imprudencia, denegación de auxilio y/o trato vejatorio es una falacia por dos motivos:

1. Habría que analizar cada caso en concreto antes de afirmar esta grave acusación; es muy probable que nos encontrásemos con algunos delitos, no lo niego.

2. Muchos de estos ancianos fallecidos han sido tratados con todo el respeto y con todos los cuidados necesarios dada su situación, impidiendo el encarnizamiento terapéutico y evitando una medicina defensiva, actitudes contrarias a la ética médica que por desgracia son muy utilizadas para evitar demandas judiciales. Por desgracia, dada la actitud de la clase política que solo busca "culpables" de estos fallecimientos y de los medios de comunicación, va a haber un aumento de la medicina defensiva, del ensañamiento terapéutico y, en definitiva, de las muertes con dolor y sufrimiento.

La morfina y el uso de sedación en las fases terminales de la vida son afortunadamente unas medidas terapéuticas muy eficaces cuando están indicadas y son utilizadas habitualmente en las unidades de Cuidados Paliativos, y son fáciles de aplicar en el domicilio del enfermo, para evitar un sufrimiento innecesario e inútil, que probablemente se incrementaría en muchos de estos enfermos si estuviesen ingresados en una sala de hospitalización convencional o, con mayor intensidad, en una unidad de cuidados intensivos, que están para tratar y resolver otros casos potencialmente reversibles y no a ancianos que están ya en las últimas etapas de la vida.

Trasladar a todos los enfermos que viven en residencias afectos de infección por COVID 19 de forma masiva a hospitales sería contraproducente para los profesionales sanitarios que trabajan en ellos ya que su carga de trabajo, ya de por si saturada, se incrementaría notablemente y para los propios enfermos que fallecerían en condiciones inadecuadas y con mayor sufrimiento; también sería probable que el número de fallecidos fuese superior por una inadecuada utilización de los limitados recursos sanitarios, al ser utilizados con enfermos que fallecerán sea cual sea la actitud que con ellos se tome, y no con enfermos que podrían beneficiarse de ellos.