Cuando todavía nos encontramos en la Fase 2 del Estado de Alarma es urgente que el Ayuntamiento de Valencia declare un Estado de Alarma Acústico para hacer frente a la epidemia de ruido nocturno que está asolando muchos de los barrios . En este caso, sin embargo, no se trata de una crisis imprevista, sino de un mal crónico que esta Administración, otra más, es incapaz de resolver. La singularidad en estos días de desescalada es que el viejo botellón ha rebrotado también con una fuerza descomunal, después de semanas de duro confinamiento obligado. Los bares intentan recuperar el tiempo perdido, y extienden sus terrazas todo lo que pueden, y mucha de la gente que sale decide continuar la fiesta en la calle hasta que el cuerpo aguante.

Se acerca el verano, sube la temperatura, permanecen las ventanas abiertas y la algarabía de la calle se mete en las habitaciones. No es un ruido cualquiera en un día excepcional. Es una cascada ininterrumpida de gritos, canciones, insultos y peleas durante varias noches de la semana. Grupos de energúmenos se adueñan del espacio público para convertirlo en un lugar de fiesta privado. Nunca tan pocos provocaron tantas molestias evitables a tantos. El resultado es una contaminación acústica insoportable. Causa pudor recordar a estas alturas la gravedad del problema. Es bien sabido que la privación del sueño tiene graves efectos en la salud física y emocional de las personas. Afirmaba el gran Ernesto Sábato que un sujeto sometido a la interrupción repetida del sueño puede ser llevado al borde de la locura.

En un país normal esta situación aberrante sería inimaginable, y esta incomprensible anormalidad es una de las causas que explica la persistencia de este abuso. Pero lo cierto es que en esta sufrida ciudad la combinación de una escasa educación cívica con una falta de sanción de las conductas incívicas hace imposible el sueño de miles de sufridos e indefensos ciudadanos. Llamar a la Policía Local no deja de ser otro ejercicio más de impotencia que alimenta un sentimiento de indignación que crece día tras día. Aunque suene a argumento demagógico, cabe pensar que los ediles que se resisten a enfrentarse cara a cara con el problema tienen la fortuna de residir en barrios libres de esta epidemia, o que en sus proximidades la Policía sí que es rauda y eficaz para garantizar el merecido descanso de tan afortunados ciudadanos. A los que no tenemos estos privilegios sólo nos cabe el derecho al pataleo, la posibilidad de compartir con otros ciudadanos nuestra indignación en tribunas como ésta o fantasear con una sentencia ejemplar de algún tribunal que castigue esta inacción.

Toca aceptar que estamos solos en esta batalla y que ningún gobierno local es proactivo frente al problema. Llevamos años aguantando noches sin dormir y comprobando la inutilidad de las acciones de protesta, tanto las individuales como a través de las Asociaciones de Vecinos. Pero no podemos darnos por vencidos, porque la causa es justa y el daño es enorme. Hace falta un esfuerzo enérgico y sostenido. Una de las lecciones del confinamiento que hemos soportado estoicamente durante estas últimas semanas es que se puede mantener el silencio en las calles en una franja horaria razonable, compatible con todos los usos y derechos del espacio público.

El ruido no mata como el Covid-19, pero atenta contra nuestro derecho al sueño y al descanso. Pedir el Estado de Alarma Acústica en Valencia no deja de ser una figura retórica, pero espero que sirva para concienciar de la gravedad del problema y mover al Ayuntamiento a obrar en consecuencia.