El odio estimula la salud de los imbéciles». Jacques Brel conocía muy bien los dos grupos, el de los promotores del odio y el de los integrantes del club de los imbéciles. En más de una ocasión se habían cruzado en su vida, en medio de polémicas y descalificaciones. Esta declaración que inicia este texto y otras -«nada desgasta tanto como vivir»- se pueden escuchar en el video Brel parle, una larga entrevista incluida en una caja que acaba de editarse de su obra musical a cargo de la Fondation Brel, la institución que dirige una de sus hijas, France Brel, que con sede en Bruselas se dedica a mantener la memoria y el legado del cantante-creador belga. En agosto de 1971 Jacques Brel concede una larga entrevista en casa de su amigo Franz, en la localidad flamenca de Knokke, al periodista Henry Lemaire. El cantante, en un ambiente relajado, responde a las preguntas mientras va enlazando los cigarrillos. Algunas de las respuestas acabarán formando parte del glosario breliano.

Hace tres años que se ha retirado de los escenarios. El 16 de mayo de 1967 Brel realiza su última actuación al Casino de Roubaix. Todavía tendrá tiempo de volver, pero esta vez bajo la máscara y el alma de Don Quijote en el musical El hombre de la Mancha que representa con éxito, primero en Bruselas y después en París. Atrás van quedando los embriagadores e interminables aplausos de las noches de estreno y de éxito en el Olympia de Paris. Ese vis-a vis intenso, dramático, entre el cantante e intérprete y su público que se puede ver en el video que recoge sus últimos conciertos en la sala parisina en 1966 mientras la voz de Brel se desencadena como una tormenta cantando Amsterdam o pinta con la ayuda de su guitarra y su voz el más bello paisaje flamenco en la canción Le Plat Pays. Un crítico viéndolo actuar sobre el escenario escribe: «En él parece condensarse todo el caos, la electricidad y las pulsiones del siglo XX». Brel hace tiempo que ha aprendido la lección que un dia escuchara de Yves Montand: «El cuerpo del artista también habla». Sobre la escena salta, corre, se estremece, tiembla, ya sea para esperar inútilmente a Madeleine o cantar el retorno de Mathilde. O transformarse en aquel colegial que declinaba aburrido rosa, rosae mientras soñaba con su prima Rosa.

Jacques Brel decidió bajarse de los escenarios cuando todavía no había cumplido los cuarenta años. Charles Aznavour y Charles Trenet siguieron cantando cumplidos los noventa años. Solo la muerte les impidió seguir recibiendo los aplausos. Su carrera escénica no se alargó más de diez años pero tuvo tiempo de dar la vuelta al mundo con sus canciones. Su repertorio ha merecido múltiples y heterogéneas adaptaciones. En la relación de intérpretes que han cantando sus canciones se encuentran David Bowie, Nina Simone, Scott Walker, Dusty Springfield, Gino Paoli, Joan Manuel Serrat o un Frank Sinatra. «Me hace ilusión que cante Ne me quitte pas aunque tampoco me levantaría a medianoche para escucharle» confiesa en el video Brel parle. El creador para el cual «el talento no existe. Sólo es el deseo de hacer algo. Lo demás es sudor». Quizás por ese espíritu autocrítico, desmitificador, decidió alejarse de los fuegos fatuos y las luces engañosas del espectáculo. No quería repetirse. No quería mecanizarse, convertirse en uno de esos artistas que saben en qué momento deben hacer un gesto, un movimiento, ayudarse con un efecto de luminotecnia, de un golpe instrumental, para arrancar el aplauso. Una exigencia que proyectaba en su manera de entender el oficio de cantante. Se negaba a conceder un bis. «Mi trabajo está hecho. ¿Se le exige a un obrero que repita su tarea?»

Sus canciones arrojan violentamente esta pasión por la vida que le acompañó, a bordo de un barco dando la vuelta al mundo o pilotando un avión sobre las Islas Marquesas, en el Pacífico, donde encontró su último refugio. «Lo que cuenta es la intensidad de una vida, no su duración. Nuestro tiempo de vida debe ser intenso, de lo contrario es gris, es aburrimiento».