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Una cuestión de género

Unas declaraciones de JK Rowling abren el debate sobre qué significa ser mujer

En el universo mágico de Harry Potter ha estallado una tormenta. Los actores que encarnan a los personajes de la saga se han levantado contra su creadora, acusada de transfobia por un comentario en su Twitter. Daniel Radcliffe y Emma Watson se han unido a las críticas que le han llovido a la escritora. JK Rowling compartió en la red social su deseo de "un mundo postcovid-19 más igualitario para la gente que menstrúa", añadiendo después, irónicamente, que estaba segura de que "hay un nombre para esas personas". La escritora redujo a términos biológicos la naturaleza de la mujer y excluyó de esa categoría a las mujeres transexuales, que no menstrúan, y también a las que por algún problema fisiológico tampoco lo hacen. De pasada, metió en el saco a los hombres transexuales, que pueden seguir menstruando o no.

JK Rowilng ha sido acusada de feminista radical y de odio hacia el colectivo trans. La escritora se ha defendido contestando que respeta el derecho de todas las personas a vivir del modo que mejor les plazca pero que entiende que "borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchas personas de hablar de sus vidas de manera significativa". La suya, ha dicho, ha estado determinada por el hecho de ser mujer: ha sido víctima de violencia de género y ha tenido que abrirse paso en un mercado laboral diseñado a medida de los hombres.

Rowling ya se había posicionado sobre este asunto en su blog personal y sobre sus palabras en las redes sociales no cabe equívoco. Feminismo es, para la escritora, la defensa de las mujeres, que se definen por la biología. Las reivindicaciones de otros colectivos son respetables pero deben ir por otro camino.

JK Rowling ahonda en un debate que se ha intensificado con la visibilización de la diversidad sexual. Hay un feminismo enraizado en el sufragismo, la lucha por la libertad reproductiva y la equiparación laboral de las mujeres en un mundo de hombres. Ese movimiento ha ido abriéndose y acogiendo a otros colectivos, y se ha solidarizado con las reivindicaciones de los homosexuales y de los transexuales. En esa evolución ha acabado produciéndose una escisión, que se ha escenificado en diversos foros.

Algunos de ellos están bien cerca. El verano pasado, en la Escuela Feminista Rosario de Acuña en Gijón, sin ir más lejos. Una de las participantes se refirió a las mujeres transexuales como "tíos, porque son tíos" -con poca delicadeza a decir verdad- y estalló una guerra de siglas. Las feministas TERF contra el movimiento TRANS, y con los LGTB+ de por medio. Entre los socios del Gobierno español este asunto también es motivo de discordia. Mientras el PSOE se alinea con el feminismo más conservador, Podemos defiende una visión más receptiva a las demandas trans.

El derecho de cada persona a expresar su sexualidad -o la ausencia de ella, si fuera el caso-, choca con las imposiciones biológicas. Afortunadamente, hay maneras de suavizar ese impacto, pero ser mujer es más que biología, y ser hombre también. Unos y otros somos construcciones culturales y políticas, con todo lo que ello supone, y el feminismo y los movimientos tienen entre manos la resolución de esa ecuación.

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