Final y principio de ¿curso?

No me lo quiero imaginar. Aún no se ha terminado este curso tan especial, tan estresante, tan horroroso y lo que nos viene lo va a ser aún más. Al desconcierto en el que se encuentran los padres, ese que parece ser el mantra de este Gobierno, se unirá el miedo a la recaída, la crisis económica, tantas y tantas familias que se han quedado sin trabajo y sin una luz que atisbar al final del túnel.

No sabemos por qué ahora sí pueden ir los niños sin mascarilla al colegio, pero no en la calle, antes iban la mitad, ahora todos, no sé hasta qué curso apelotonados, y aquel que no quiera arriesgar a su hijo por cualquier circunstancia, pues tendrá que hacer lo que se está haciendo ahora. Tener el don de la ubicuidad. Es decir, estar en casa cuidando a dos churumbeles de 4 y 6 años, por ejemplo, o un bebé, que tampoco está nada mal, y en el curre. Porque o bien deja de trabajar uno de los dos progenitores, algo que no parece sea muy oportuno en este momento, o bien, si pueden (que eso es otra), teletrabajar en casa con los niños saltándoles encima. Les juro que hay veces que creo que todo esto es una broma macabra. Que no puede ser que digan, como si nada, que ahora las mascarillas son imprescindibles y multa de 100 euros a los malotes que desobedezcan, cuando hace meses, en pleno pico de la pandemia, no se necesitaban. Que los niños son foco de infección y contagio y ahora nos los mandan a todos al colegio, pero en setiembre, no ahora que parece estar más controlado? No. En otoño, que es cuando se puede esperar un rebrote.

Mientras tanto, los abuelos, esos que como somos vulnerables no podíamos ni tocar a los nietos, tendrán que hacerse los suecos y como que viven en la misma casa, porque ya me dirán cómo se arregla una pareja con hijos cuando los dos trabajen, por un sueldo miserable, fuera de casa ¿Qué hacen con los niños? Ellos, como siempre, son en lo último que se piensa. No olviden, por Dios, que no votan. En ellos no se ha pensado a la hora de confinarlos, pero los perros tenían todo el derecho a pasear mañana, tarde y noche. Niños que han estado fuera del mundo durante casi tres meses, sin contacto con nadie.

Todo ha sido un verdadero despropósito y yo hoy, les juro, estoy de muy muy mala leche. Así que vale más que me calle, que tengo que seguir trabajando, ahora más que nunca, para poder ayudar a los demás y a mí misma. Les dejo. Mañana, espero, será otro día.