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Matías Vallés

Presidentes que matan

La audiencia muestra más interés por la accidentada sucesión de Donald Trump que por la secesión en la Familia Real española, un dato comparado que debiera inquietar a la Corona. La alternativa civilizada ha descendido en Washington de una Hillary pletórica de conexiones sospechosas a un Jo Biden que parece desconectado de la realidad, hasta el punto de que solo la estabilidad de sus constantes vitales autoriza a concluir que permanece en este mundo. Por primera vez en décadas, la posible vicepresidenta despierta mayor expectación que el aspirante, como si lo hubiera reemplazado antes incluso de su proclamación en la convención Demócrata.

Las elecciones estadounidenses poseen una relativa importancia. No todos los presidentes del planeta pueden entregarse a matanzas discrecionales y democráticas, con Estados Unidos como excepción. Cada cuatro noviembres no se elige a un comandante supremo de las fuerzas armadas, sino a un gobernante con licencia para matar. El ganador encabeza un GAL con todas las de la ley, que no discutirá ningún país en su sano juicio, porque una cosa es blasfemar contra Venezuela y muy otra incomodar a Washington.

Una vez establecidas las reglas de la competición, ya puede establecerse la clasificación de los presidentes americanos que más han matado en este milenio legalmente:

1. George Bush liberó a muerte a centenares de miles de afganos e iraquíes, una matanza a escala del coronavirus. Su celo de terminator no ha impedido que Washington haya tenido que resignarse a una negociación humillante con los talibanes, que posiblemente devuelva Afganistán a los integristas. Sí, se trata de la rehabilitación de los presuntos autores del 11M en tanto que anfitriones de Al Qaeda.

2. Obama se mantuvo ocho años en el poder, incumplió los plazos de retirada de tropas y abundan los balances que le atribuyen una capacidad de bombardeo por encima de su predecesor. A cambio, desistió de aplicar la línea roja que había impuesto al dictador sirio. Gracias al primer presidente negro, Al Asad pudo tratar a su población con armas químicas sin las represalias prometidas.

3. Trump porque, aun considerando que solo ha gobernado la mitad de tiempo que sus dos predecesores, se permitió el gesto emotivo de no responder a dos provocaciones iraníes tras ser informado de que la acción de respuesta se mediría en centenares de víctimas. En el ardor guerrero, el inquilino vigente de la Casa Blanca está por estrenar.

Es curioso observar los cambios en la clasificación al contabilizar las ejecuciones meta o paralegales, sin necesidad de celebrar un juicio justo o injusto:

1. Obama encabeza la lista con notable ventaja sobre sus colegas. Todavía hoy, más de un ciudadano occidental se asombraría al enterarse de que entre 2008 y 2016 multiplicó por diez a Bush, en la utilización preferente de drones para eliminar sin interferencia judicial a presuntos terroristas. Si la ejecución a la carta de Osama Bin Laden le otorgó un notable aprecio y quizás la reelección, no tuvo problemas en eliminar incluso a ciudadanos estadounidenses, saltándose una regla que Bush jamás traspasó. Así ocurrió con el clérigo Anwar Al-Awlaki, nacido en Nuevo México y ejecutado en Yemen. Su hijo adolescente corrió la misma suerte, de nuevo sin pasar por los tribunales. El presidente aprobó personalmente cada una de estas acciones.

2. Bush montó la estructura a gran escala de las entregas extraordinarias, después popularizada a través de las cárceles y vuelos secretos de la CIA. Sin embargo, la mortandad no alcanzará jamás las cifras rematadas por Obama, al margen de que el penúltimo presidente Republicano fue más cuidadoso en borrar sus huellas.

3. La tercera posición corresponde a Trump, siempre a salvo de futuros descubrimientos infamantes. Su ejecución programada del general iraní Suleimani recordó incluso en el ceremonial a la eliminación de Bin Laden por Obama. A favor del actual presidente, no se cumplió ni una sola de las profecías apocalípticas sobre una explosiva reacción iraní, salvo que se vincule la liquidación del militar fetiche de Teherán con la eclosión del coronavirus.

En resumen, ni Trump ni siquiera Bush se alzarían con el título del presidente estadounidense con más ejecuciones programadas a lo largo de este milenio. ¿Por qué Obama nunca desencadenó la oleada de protestas que hundieron la etapa final de su predecesor, o que han estado a punto de desencadenar el guerracivilismo en la aberrante reacción del actual presidente americano ante el asesinato de George Floyd? Por frívolo que parezca, el carisma se impuso a la ideología. La sociedad mundial decidió que nunca habría nada reprobable en la sanguinaria actuación de alguien tan educado, elegante y razonable.

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