Cuando alguien me dice eso de "todo ocurre por algo", o la versión aparentemente más compleja de "todo ocurre cuando ha de suceder", siento decepción. Detrás de esas palabras, hay una credulidad ingenua hacia la existencia de algo similar al destino, o de que los acontecimientos de la vida responden a un orden preestablecido y, además, aparentemente armónico y justo. Como si nos envolviera una Historia Universal que ordenara y sanara nuestras vidas. Pero solo es aplicable al mundo Occidental, claro. Habría que elaborar una historia paralela que justificase el porqué hay personas que viven en una crueldad injustificada de forma crónica y caprichosa, a merced de la arbitrariedad. E incluso podría responder a una interpretación discriminatoria. Los acontecimientos que enriquecen suceden por una razón divina, los otros destruyen, por algo les pasará... o simplemente los saco de la ecuación.

Pues igual sí. Así me quedo con la gente bonita, porque con ella, el mundo se llena de posibilidad. Me quedo con esto, frente al ruido de tantos miserables abanderados en sus privilegios. Desde mis creencias personales, les recuerdo eso de los "pobres de corazón" que tanto han cantado algunos en los misales.

Adentrándome en el asunto, antes del modelo de privatización de la sanidad, algunos lo ensayaron y con éxito con el Sistema de Servicios Sociales en Madrid. Dieron el pistoletazo de salida a los fondos buitre (recordemos: como aquel donde trabajaba el hijo de Aznar y que compró las viviendas del Ivima del cupo de especial necesidad mientras su madre era alcaldesa). Las licitaciones ya no eran campo de las entidades sociales. Todo vale al mejor precio. Después de 20 años de políticas sociales asistenciales del PP, se ha hecho de los servicios sociales un nicho para los especuladores. No hay nada más miserable que sacar beneficio saqueando a los más pobres entre los pobres. Los responsables del hambre en tantos distritos de Madrid (que sale a los medios estos días), y de los muertos de las residencias de ancianos (todo competencia de SS.SS, no de Sanidad, hasta la pandemia), tienen nombre y apellidos.

La absolución definitiva de Ana Botella por el Tribunal Supremo de la venta de viviendas de protección oficial (entre ellas las del cupo de especial necesidad) a un fondo buitre (donde trabajaba su hijo) va más allá de lo inmoral e injusto. Representa la legitimación de "robe al más pobre de entre los pobres" que la vida y la justicia le premiará, o la versión actual de "que se mueran los pobres" (sobre todo, los de las residencias de ancianos que no tenían seguro médico privado).

Algunas de esas viviendas sociales solicitadas para familias necesitadas, que me recuerdan que cuando, tras años de presentar la solicitud y todo su papeleo, se concedían, se vivía como una lotería vital, una oportunidad real de salir del agujero. Luego me recuerdan su desesperación cuando les empezaron a subir los alquileres hasta lo inimiganible en una vivienda social. Eran gente que había acudido a Servicios Sociales, y que firmaron que a los 10 años el Ivima o la EMV les ofertaría comprar su casa, y si no podían, seguirían pagando su alquiler. Y terminaron deshauciados. Algunas familias, con hijos discapacitados a su cargo. Viviendas construidas con materiales de mierda que luego pasaron al mercado convencional. Para que la clase media pagara un alquiler carísimo por unas viviendas abaratadas en su construcción.

Esta tipa hizo lo increíble: vio negocio en rascar y robar a los más pobres entre los pobres. Hoy, que se broncea en Marbella, lleva sobre su espalda la miseria a la que condenó a tantas familias. Ojalá esto fuera ficción y el guionista la hiciera pagar e incluso comprender el enorme daño que causó. Pero estamos en la puta vida, y la Justicia Suprema la absuelve.

Qué cierto lo que nos decía la Sardá que, en Paz Descanse: lo contrario de la pobreza, no es la riqueza, es la justicia social.