Parece que fue ayer cuando se decretó el estado de alarma. Cuando millones de españoles estuvimos recluidos en las celdas de nuestro jardín. Y cuando a las ocho, de cada día, salíamos a los balcones a aplaudir. Parece que fue ayer cuando conocimos a Fernando Simón. Cuando tatareábamos el «Resistiré». Cuando los ERTES nos pusieron los nervios a flor de piel. Y cuando los perros tenían el permiso oficial para salir. Parece que fue ayer, cuando la curva de contagios crecía y los fallecidos ponían de luto al país. Cuando el miedo a la enfermedad recorría nuestras vidas. Y cuando millones de estudiantes aprendían a aprender. Parece que fue ayer cuando el bicho nos robó los besos y los abrazos de abril. Cuando la soledad se convertía en el único testigo que acompañaba a los enfermos en su triste anochecer. Parece que fue ayer cuando el virus nos descolocó. Cuando puso en valor la amistad y la miseria moral de esta sociedad.

Hoy, después de tres meses, España vuelve a la «nueva normalidad». Después de tres meses, volvemos a las cervezas en el bar, a ir de acá para allá. Volvemos a ser esclavos de las agujas del reloj, de las prisas y del ruido cotidiano. Después de tres meses confinados, volvemos a las rutinas del ayer. A planificar nuestras noches de hotel y a disfrutar del placer. Y volvemos, la mayoría, sin darnos cuenta de que el bicho sigue ahí. De que el Covid-19 anda suelto por las sendas de nuestras vidas. Anda suelto, como les digo, sin ningún depredador que acabe, de una vez por todas, con él. Aún así, hemos vuelto sin temer al león. Y hemos vuelto a la selva sin protección. Sin las armas de la memoria, la prudencia y la precaución. Sin acordarnos, por un minuto, de nuestra reclusión. Sin recordar aquellos días eternos que transcurrían entre la cocina y el salón. Sin recordar el agobio que supone «el querer y no poder». Y sin darnos cuenta de que no debemos seguir así. Que no debemos relajar los hábitos de la incomodidad.

Hasta que el bicho no tenga un depredador, no nos queda otra que apelar a la responsabilidad social. Una responsabilidad necesaria para evitar una «nueva anormalidad». Y esa responsabilidad social consiste en guardar la distancia de seguridad, en no descolgar la mascarilla de la nariz y en lavar las manos con agua y jabón. Solo así, con estas simples recetas, viviremos protegidos ante la sombra del enemigo. Un enemigo invisible que ha tambaleado los cimientos sociales, económicos y políticos de este país. Y un enemigo, y disculpen por la redundancia, que ha puesto en valor, entre otras cosas, el Estado del Bienestar, el multipartidismo y su potencial negociador. Más allá del rifirrafe político, se hace necesario que se activen campañas de concienciación ciudadana. Campañas sanitarias sobre el uso debido de la mascarilla y los efectos positivos de la distancia de seguridad. Campañas que conciencien sobre el riesgo de enfermar. Solo así, mediante campañas de sensibilización ciudadana, conseguiremos que la responsabilidad social se haga realidad.