Con la Fundación Étnor hemos aprendido que necesitamos buenas empresas para construir buenas sociedades. Esta afirmación adquiere un nuevo significado, más relevante si cabe, en estos momentos en que una pandemia mundial provocada por un minúsculo virus ha puesto en solfa gran parte de las formas de actuación que se han desarrollado en nuestro entorno a todos los niveles, también el económico.

De la crisis sanitaria -aún por resolver- pasamos a la crisis económica y, de ésta, a la crisis social provocada por la precariedad y la desigualdad que según todos los indicios nos asolará profundamente en breve. Habrá que ponerle remedio y no parece que lo vayamos a encontrar si continuamos haciendo las mismas cosas de la misma manera.

Hablamos, por tanto, de reconstrucción. Posiblemente es de las pocas cosas positivas que nos va a dejar la crisis: la oportunidad de cambiar y enfocar nuestra actividad económica hacia la satisfacción de las personas y de los territorios, localizando nuestras producciones y globalizando la solidaridad.

Las cooperativas hemos demostrado reiteradamente que es posible una economía centrada en las personas y en su calidad de vida, donde el séptimo principio cooperativo (el interés por la comunidad) enmarca perfectamente las prioridades de actuación, asignando al capital un papel instrumental subordinado a la actividad cooperativizada que desarrollan las personas socias.

Si, además, todo esto se sustenta en los valores éticos de la honestidad, la transparencia, la responsabilidad social y la preocupación por los demás, tenemos la ecuación perfecta para referenciar lo que debe ser la economía para la reconstrucción. Nuestra respuesta a la crisis actual no puede ser otra que más ética, más responsabilidad social y más cooperativismo, entendiendo también que hay dos grandes conceptos que deben presidir todas las actuaciones futuras: cooperación y sostenibilidad.

Es tarea de todos los agentes trabajar conjuntamente por el interés general. Y aquí hay que hacer apuestas decididas por la cooperación público-privada bien entendida, y también por la cooperación entre las propias empresas y entre las distintas Administraciones públicas, desde la europea hasta la nacional, autonómica y local. En este compromiso ningún agente reconocido puede quedar excluido. En la diversidad está la riqueza.

No habrá sostenibilidad económica sin sostenibilidad social. Los que hemos llegado a desarrollar actividades económicas a partir de las necesidades sociales lo sabemos bien. Asimismo, la sostenibilidad medioambiental ha de ser necesariamente el objetivo central de nuestras actuaciones: las consecuencias del cambio climático pueden ser mucho más devastadoras que los efectos de la pandemia.

Desde el cooperativismo en particular y desde la economía social en general, apostamos por un crecimiento económico basado en la cohesión social y en la sostenibilidad. Con esos principios hemos afrontado esta crisis y hemos tenido respuestas positivas y solidarias en los sectores en los que actuamos, que son prácticamente todos, gracias a la diversidad del cooperativismo valenciano.

Es hora de afrontar la reconstrucción con herramientas cooperativas si queremos construir, como decíamos al principio, una buena sociedad: más ética, más responsable y más solidaria.