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La plaza y el palacio

La nueva provisionalidad

Los tiempos no están para florituras, que los tiros al bulto menudean. Pero me inquieta que en los abundantes equipos asesores que se van formando aparecen las profesiones más variopintas, pero no suelen encontrarse antropólogos ni lingüistas, ni poetas, puestos a imaginar que hay gente con afición a la palabra bien figurada para sociedades complejas. Así que nos hemos conformado con lo de "nueva normalidad", que a me sigue sonando a nombre de restaurante chino y que es una contradicción insuperable: lo normal es fruto de una decantación, lo normal no se erige por decreto, lo normal no es nuevo. Lo normal no existe. Por otro lado, se ha generalizado -se ha "normalizado"- el término "reconstrucción" para definir las acciones más o menos planificadas para inaugurar la etapa post-covid. Una reconstrucción puede ser creativa, como demuestran los debates de arquitectos y arqueólogos cada vez que se derrumba un edificio histórico, pero nos remite a la idea de regreso, de nostalgia de una época que, ya lo sabemos, precisamente no volverá. La época en que creíamos saber lo fundamental y en la que estábamos a salvo de las mayores desdichas. Hay palabras que se quieren mal: reconstruir y normalidad quizás sean un buen ejemplo.

Pero habrá que resignarse, sobre todo a la luz de lo que va sucediendo. Lo que va sucediendo, sobre todo, es que cada día ponemos una vela al Dios del desafío a los virus latentes y otra a la contención de la catástrofe económica. Hasta ahí todo bien, todo inevitable. Pero hay un no sé qué circulando por abajo, esa encuesta que indica que los políticos dan más miedo que el coronavirus o que la política sigue siendo percibida como un problema mayor que la salud. Yo creo que uno de los inconvenientes asociado a esto es que el desajuste en la realidad temporal ha pegado un brinco con el desconfinamiento, y si antes ya era una ruina intelectual la confianza inmoderada en los carismas personales de los políticos, ahora eso ha saltado directamente por los aires. Confieso que uno de los momentos más duros de la cuarentena fue aquel en que escuché a Pedro Sánchez dirigirse a los españoles, para darles malas noticias, un sábado al caer la noche, cuando era posible un respiro, una lata de mejillones, una cerveza, una película que te hiciera olvidar -quien pudiera-. Algún día habrá que pensar en el imperio de los asesores de prensa y los males que provocan a la democracia esos seres preocupados sólo del día después, con menos sentido de la perspectiva que el tren de la bruja en una feria.

He recordado lo que decía Sennett: "Si el líder puede concitar la atención sobre su capacidad para sentir en público, puede ilegitimizar las demandas de aquellos que le presionan". No es el caso de Sánchez. Ni de tantos otros. Aquí se puso de moda decir la verdad como un desafío: todos querían ser Churchill prometiendo desventuras. Pero es que Churchill había organizado alguna matanza en la IGM y el pueblo le creía. Si no has mandado a la muerte a varias decenas de miles de tus soldados no merece la pena que te empeñes en prometer sangre, sudor y lágrimas. El problema es cómo marcar la diferencia: Max Weber rescató la historia del emperador chino que elevó sus plegarias ante una inundación, pero como no cesó, sus seguidores le consideraron inútil y le despidieron. Esa es la actitud cerril de la derecha española, que pide al Gobierno actos mágicos. Pero nos advierte que el poder requiere de algo más que definiciones técnicas. Es cierto, recuerda otra vez Sennett, que cuando regresa la rutina cotidiana decae el deseo de intervenciones divinas, por lo que la derecha corre un serio peligro, pero también otros, porque "cuando los dioses han muerto, el momento arquetípico de la experiencia carismática constituye el momento de votar por un político 'atractivo' aun cuando no esté de acuerdo con su postura política". Dicho de otro modo: fiar la situación y su evolución al carisma, a los hiperliderazgos, es una apuesta bastante segura para incrementar la incertidumbre, para meternos en callejones sin salida y prolongar la sensación de hartazgo. La recuperación debería tener otros ingredientes.

Para líderes con carisma los Reyes Magos. Desde antiguo lo vienen demostrando. No tanto por su cercanía con el Todopoderoso ni por traer todos los regalos, cosa que nunca han hecho, sino porque, pese a ello, se les sigue pidiendo. Pero los Magos nunca han tenido problemas de financiación ni en Belén hubo una presión fiscal apreciable ni una burocratización de la administración salvo ese asunto de Herodes. En circunstancias más tristes, a la hora de una salida de crisis, si el número de peticiones desatendidas es potencialmente mayor que las recibidas, el propio prestigio de estos Reyes puede derrumbarse. Digo esto porque la mayoría de Comisiones de Recuperación están funcionando como buzones de cartas a los Magos y los políticos serían sus pajes. El listado de peticiones tiende al infinito y es difícil decir que no a algo porque todos los intereses son supuestamente legítimos: no hay camello para tanta idea. No importa que sean incompatibles entre sí, igual que lo fueron en el pasado. No importa que no vengan acompañados de memoria económica o que no se haga, en paralelo, una evaluación de reformas tributarias. No importa que ni siquiera se hayan incluido estas cuestiones en la agenda. El otro día alguien me preguntó qué opinaba de algunas propuestas hechas en Alicante y dije que me parecían muy bien, pero que lo malo es que a nadie le podían parecer mal.

Por lo tanto, es afortunado el encuentro entre expresiones de la sociedad civil plural y los grupos políticos porque inaugura una nueva etapa en las relaciones cívicas. Y es perfecto que aparezcan foros para que las diversas voces se expresen. Pero esto no puede ser un nuevo programa de gobierno, salvo que todos los participantes formen gobierno. Pero, sobre todo, no puede ser una carta a los Reyes Magos destinada a generar frustración, un nuevo documento que echarse unos a otros a la cabeza. Personalmente hubiera preferido que en vez de hablar de "políticas", o a la vez que se habla de ellas, se hablara de "política": criterios de definición de objetivos, metas, necesidades económicas y administrativas, institucionalización del saber experto, fórmulas de transparencia, buen gobierno y evaluación. Cosas así. Cosas que nos permitirían prolongar consensos sabiéndonos provisionales. Y, por lo tanto, más fuertes en la nueva situación que se abre. Esta paradoja tan rara e intensa.

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