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Verano y miedo: mala combinación

Hoy luce el sol. Hace más calor del que me gustaría y huele a verano. No sabría describir a qué huele esta estación del año pero desde niña sabía identificar -y no solo por el calendario o por el cambio de temperatura- que entrábamos en el periodo estival. Quizá sea el aroma a crema solar. A chuleta asada. A noches largas y cálidas. A la calle de mi abuela y a los juegos de acera a acera -evitando que nos comiera el tiburón que merodeaba por el arcén- con mis amigos de la infancia. ¿Qué habrá sido de algunos de ellos? Hoy huele al verano que más he anhelado desde que tengo uso de razón.

Huele a verano y me late el miedo en el pecho. Tal vez sean las secuelas del reciente confinamiento pero siento un recelo atroz a que nos vuelvan a encerrar en nuestras casas. A ver pasar las estaciones desde la ventana. ¿Se va a reducir nuestra vida al Mito de la caverna de Platón? Pensé que por esta época no volvería a hablar del Covid-19, ese virus que me quitó las ganas de narrar e hizo que me sumiera en un estado de tristeza del que creí, en alguna ocasión, que no saldría. Ahora que empezaba -con cautela- a retomar mi rutina. Ahora que la vida empezaba a latir en las calles y en la mirada esquiva de la gente, vuelven a subir los contagios. Aparecen los rebrotes que tanto se han predicho en otros países y el miedo. Sobre todo el miedo. Puede que quizá el peor de los virus.

El otro día, Manuela, la señora que me sirve el café cada mañana antes de empezar a trabajar me dijo: "Chiquilla, escucha bien a esta vieja. Pronto nos volverán a confinar y ahí es cuando de verdad tendremos que hacer gala de toda nuestra fortaleza. No estamos preparados para otro golpe como ese. No lo estamos, no". Y se alejó hacia la cocina meneando la cabeza. He de decir en su defensa que siempre acierta. Aunque esta vez me gustaría que todas sus predicciones saltaran por los aires. Que pasáramos un verano tranquilo haciendo turismo por nuestra isla y sacando a flote la economía. Visitando a nuestros seres queridos y brindando por los que están y por los que lamentablemente ya no pueden estar. Ojalá pasemos un verano de introspección. Conociéndonos un poco más. Mirando hacia dentro. Aprendiendo a dar las gracias.

Saboreando placeres tan nimios como el aire que te acaricia la cara. Como la libertad de salir a pasear cuando lo desees. De tomarte una copa de vino mirando al mar o de no tener horarios para ver a los tuyos. Manuela tiene razón en algo, si volvemos a la casilla de salida tendremos que hacer gala de una gran fortaleza porque la ansiedad, la depresión, las crisis en patologías mentales como la esquizofrenia o la psicosis estarán agazapadas en algún lugar de nuestra alma para salir disparada cuando la falta de luz, la falta de vida se nos enganche a la garganta y gritar no nos baste. Pero no quiero terminar esta íntima confesión de mi miedo con pesimismo porque hoy luce el sol. Hace más calor del que me gustaría y huele a verano, sea cual sea su olor.

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