Estoy seguro que si se pudiera medir nuestro grado de racismo por medio de una analítica, como hacemos para comprobar nuestro índice de colesterol o como andan de revueltos los caprichosos triglicéridos, este nos saldría positivo. De nada valdría nuestro donativo anual a la asociación SOS Racismo, confesar haber visto veinte veces «Adivina quién viene esta noche a cenar» y expresar nuestra indignación cada vez que la policía de los Estados Unidos se toma la justicia por su cuenta cuando se trata de un individuo de raza negra. La policía americana o la catalana como hemos visto estos días con un mosso d'esquadra proclamando su racismo como la cosa más natural. Vamos, como el que se declara vegano, diabético o cleptómano.

Esto del racismo por menos que te descuides salta la liebre del prejuicio, ya se trate hacia el muchacho de origen africano que se gana unos euros aparcando coches en el paseo marítimo o a cuentas de una pandilla de «moritos» jugando al futbol en un jardín. Nuestra mirada siempre tiene algo de discriminatoria. Sin darnos cuenta, Este fenómeno o comportamiento «soy racista pero mira por donde no lo sabía» ha sido estudiado y responde al nombre de «prejuicio implícito», que dicho así, hasta podría ser el título de un melodrama de Joan Crawford de los años cuarenta. No solo hablamos de prejuicios raciales, sino también hacia las mujeres, homosexuales, personas obesas, ancianas, individuos que padecen alguna discapacidad, o llevan un piercing colgando en la lengua. Ya ven que el abanico discriminatorio puede ser bastante extenso y pintoresco.

Tampoco ayudan mucho, todo sea dicho de paso, los discursos de los Trump, Salvini y compañía convertidos en un altavoz de propaganda global y constante. El triunfo de Donald Trump, según los estudiosos del fenómeno, tendría mucho que ver, entre otros factores, con este «prejuicio implícito» que mencionábamos unas líneas más arriba. La muerte de George Floyd, aparte de las manifestaciones y otras consecuencias que ha provocado, ha producido también reacciones ridículas o si se quiere extravagantes como el anuncio por parte de la plataforma HBO de la retirada de la película «Lo que el viento se llevó» por tratarse de una «película racista». Creo que despues del anuncio la plataforma ha precisado que la película volverá a estar en el catálogo, eso sí con «una exposición de su contexto histórico», Vamos, con un manual de instrucciones para su visión. No quiero pensar si eso mismo se tuviera que hacer con otras películas, pienso ahora en «La naranja mecánica» de Stanley Kubrick con su carga de violencia o en algunos westerns de John Ford con su visión de la población indígena. Entre nosotros, me puedo imaginar la denuncia por parte de un ciudadano indignado de alguna de las peliculas de Marisol por tener un personaje, una niña negra de la antigua colonia española de Guinea, a la que llaman Copito como el célebre mono albino del zoo de Barcelona y que acompañaba a la protagonista en sus aventuras por tierras brasileñas.

No sé si esto de los «prejuicios implícitos» se les podría aplicar también a los miembros del Tribunal Superior cuando se trata de las lenguas periféricas con su reciente sentencia sobre la lengua de uso entre autonomías. A los señores de la Alto Tribunal les parece muy reprobable que la administración valenciana se comunique con toda naturalidad o sea solo en valenciano con sus «administraciones hermanas», las de su mismo ámbito lingüístico. Véase la Generalitat de Catalunya y el Govern Balear. Y le exige que lo haga por partida doble, o sea en valenciano y en castellano, que en esto de las competencias lingüísticas quien sigue teniendo la sartén por el mango es el todo poderoso estado español con sede en Madrid. A ver si va a resultar ahora que el Molt Honorable President Ximo Puig se nos ha convertido en uno de esos almogàvers irreductibles que tanto abundan más allá del Río Sènia. Que no se olviden que a la hora de marcar fronteras y divisiones quien sigue teniendo la potestad es el de siempre.