«Uno sobrevive en los demás: en la memoria y en los actos de los demás»

Eduardo Galeano

Me gustaría ser amigo de Salvador, el del Ministerio del Tiempo, para pedirle permiso y utilizar las puertas correspondientes a la década de los años cuarenta, y de esta manera conocer, de primera mano, a los mayores de ahora, cuando no lo eran; viajaría en el tiempo, respetando las reglas, sin interferir en sus vidas y por tanto sin cambiar la historia, sería como descorrer un velo y averiguar lo que ocurrió en esa extraña década de la que apenas se habla. Da la impresión de que la España de esos años hubiera estado sometida a una inacabable cuarentena, en la que nada sucedía.

Cuando hemos investigado acerca de esos años malditos, el resultado es desalentador. Lo que hemos encontrado ha sido hambre, sumisión, miedo... También, humillación y silencio, por las consecuencias de lo que, en aquel tiempo, se denominaba la desafección. Aquellos españoles que tuvieron la mala fortuna de transitar esos tiempos revueltos tuvieron que enfrentarse a una feroz competición en la que el único premio posible era la supervivencia.

A pesar de la dureza de las circunstancias, las extrañas paradojas que nos ofrece la historia, nos ha dejado el resultado del inmenso trabajo que realizaron los españoles que transitaron esa triste década, muchos de los cuales soñaron con cambiar el mundo y consiguieron algo más importante: darle la vuelta a su país, un pueblo triste, aislado, sin ningún atractivo y convertirlo en uno de los referentes entre los estados avanzados.

Los jóvenes de ahora apenas son conscientes de que los privilegios que disfrutan se deben, en gran parte, al esfuerzo que realizó este grupo de nacidos en los cuarenta, que consiguieron sacar al país de la oscuridad. Una generación poco reconocida, capaz de sobrevivir a la dictadura y que pudo empujar e impulsar la democracia, que recuperaron la libertad y la convivencia entre los españoles.

Todo esto, a cargo de auténticos héroes anónimos que lo hicieron con enorme dificultad y con inmensa generosidad, fueron capaces de pilotar la transición y la reconciliación sin mirar hacia atrás, sin rencor y sin pensar en los durísimos peajes que ellos tuvieron que pagar.

Un colosal bagaje, demasiado grande para que quede oculto. Algunos pensamos que se merecen, al menos, un reconocimiento colectivo, especialmente en momentos como el actual en el que, por esos desafortunados bucles de la historia, han vuelto a ocupar el papel de víctimas, en este caso de una pandemia terrible, que ha ocasionado miles de fallecimientos entre ellos,

Se merecen algo más que marcharse en silencio, en soledad y sin la compañía de sus seres más queridos, y no estoy proponiendo aplausos anónimos. Posiblemente sería suficiente con detenernos a valorar el inmenso esfuerzo que supuso todo aquello que lograron y que nos han dejado como herencia.