V iajar en el metro ahora es diferente. Somos más viajeros y quedan menos asientos vacíos. No como hace un mes. Eso sí, llevamos puestas las mascarillas todo el rato, aunque a algunos nos pique la nariz. La mayoría de los usuarios lleva su móvil entre las manos, como si fuera el salvavidas del viaje y de vez en cuando, levantan la mirada y de reojo miran al vecino o al que está enfrente. Se ven miradas tristes y pensativas, otras risueñas, quién sabe qué pensarán. Aprovecho el viaje para escribir.

Sin embargo, la tristeza predomina, aunque la disfracemos de miles de formas y colores. No podemos estar alegres después de todo el sufrimiento pasado -y todavía presente- provocado por el maldito Covid-19. No voy a echar mano de las cifras de momento porque sabemos que son muchas las muertes, demasiadas. También es triste observar cómo algunas personas utilizan estas cifras para malinterpretar y/o manipular a través de los medios de comunicación. ¿Cuál es su objetivo? Ya lo decía Noam Chomsky: «causar un corto circuito en el análisis racional y finalmente al sentido crítico de los individuos», para ello se utiliza el estado emocional mucho más que la reflexión. Al final, se consigue crear confusión y crispación en las tertulias y en las redes sociales. Unos quieren tener la razón a toda costa, da igual que aporten argumentos porque siguen pensando que la razón es solo suya. Para esas personas, la tozudez es el guardián de sus ideas, donde no hay espacio para la duda ni el respeto al otro, pasando de inmediato a la irritación y el enfado.

¿Por qué se crea este ambiente irritable? Existe un fenómeno denominado efecto Dunning-Kruper que la psicóloga Jennifer Delgado Suárez resume en una frase: «cuánto menos sabemos, más creemos saber». Es un tremendo problema que desgraciadamente hoy en día va in crescendo. Detrás de la idea errónea de «saber mucho» hay, según esta psicóloga, un sesgo cognitivo según el cual, «las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar esas mismas habilidades capacidades y conocimientos»; es decir, que el que sabe poco cree que sabe mucho. En este sentido, Baltasar Gracián (1601-1658) nos decía que «el primer paso de la ignorancia es presumir de saber». El problema es que ahora cada vez hay más personas que «saben» de sanidad y de estadística, manipulando de forma vil y rastrera la información. Es difícil lidiar con esas personas que no reconocen su incompetencia o desconocimiento, explica Delgado; ya que las «convierte en personas sesgadas que se cierran al conocimiento y emiten opiniones como si fueran verdades absolutas». Sin duda alguna, el estado emocional está en alerta porque estas personas saltan de forma exagerada si se les lleva la contraria.

En este contexto, entristece que se hable tan poco de los informes sobre la pobreza, como el último de Cáritas, que es demoledor. En nuestro país, la situación de muchísimas personas se ha agravado por la pandemia. El informe hace hincapié en la falta de ingresos en las familias, ya que del 12,2% de los hogares atendidos por Cáritas en el mes de febrero se ha pasado a principios de mayo a un 28,8%. Por su parte, el Banco de España aseguraba que más de 12 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza. El relator de los derechos humanos de la ONU, Philip Alston, en una visita a España, antes de la pandemia, decía: «he visitado lugares que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país, barrios pobres con condiciones mucho peores que un campamento de refugiados». ¡Juzguen ustedes mismos!

Una buena noticia para combatir la pobreza es que nuestro Gobierno por Real Decreto Ley, pone en marcha el ingreso mínimo vital, dirigido a «prevenir el riesgo de pobreza y exclusión social de las personas».

Mi parada está llegando y tengo que apearme. Quisiera finalizar defendiendo el derecho a pensar, aunque nos equivoquemos, porque como decía Hypatia de Alejandría, es mejor que no pensar. Eso sí, en mi opinión también hay que ser prudentes, sobre todo si no se sabe de qué se está hablando o tratando, y los modos se tienen que cuidar más todavía. Ya lo decía Baltasar Gracián: «los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón. Los buenos todo lo remedian: doran el no, endulzan la verdad y hermosean la misma vejez».