La Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo de la Organización de las Naciones Unidas que se constituyó el 7 de abril de 1948 y entidad encargada de la gestión de la crisis de la covid a escala global, está en entredicho. Son muchos los aspectos que se discuten respecto a esta institución: gestión del virus, cambios de criterios, financiación, toma de decisiones o agentes colaboradores. Asimismo, numerosos expertos y entendidos insisten en que la organización está excesivamente politizada y burocratizada, desvinculándose de la toma de decisiones fundamentadas en criterios estrictamente científicos, desligándose en parte de la finalidad para la que se fundó. En este instante, y desde hace un tiempo, la cuestión que muchos consideran es la siguiente: ¿Qué hacer con la OMS?

La humanidad ha padecido los efectos devastadores de la pandemia, y las consecuencias económicas y sociales vistas hasta el momento son letales. Una gestión sanitaria eficiente, en estos momentos, se vuelve esencial para el devenir más inmediato del planeta por razones obvias, y por su estrecha vinculación con muchas actividades económicas que necesitan de un entorno seguro y unas condiciones sanitarias rigurosas. Algunos sectores específicos como el turismo, sector estratégico mundial con 1.400 millones de personas que viajaron por el mundo en 2019, también dispone de una Organización Mundial. ¿Qué ocurre en este caso con la OMT? ¿Está a la altura de los retos a los que nos estamos enfrentando en estos tiempos? ¿Se está distanciando, al igual que la OMS, de la finalidad para la que fue creada?

La Organización Mundial del Turismo (OMT) es la institución que posee conocimientos específicos en materia turística, organización autónoma vinculada con las Naciones Unidas al igual que la OMS a través de acuerdos negociados, encargada de la promoción de un turismo responsable, sostenible y accesible para todos. De igual forma, fomenta la puesta en práctica del Código Ético Mundial para el Turismo y está involucrada en el impulso del turismo como una herramienta útil para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Además, está constituida por 159 países, 6 miembros asociados y más de 500 miembros afiliados que representan al sector privado, a instituciones de enseñanza, a asociaciones turísticas y a autoridades locales de turismo.

Los principales órganos directivos de la OMT son cinco: la Asamblea General, las Comisiones Regionales, el Consejo Ejecutivo, los Comités y la Secretaría. Para nuestro asombro, y a diferencia de la OMS, los miembros afiliados no disponen de voto, sino que actúan, por regla general, en calidad de observadores. De esta forma se garantiza la separación entre miembros efectivos y asociados y miembros afiliados, todo lo contrario a lo que ocurre en la OMS donde parece que todas las evidencias apuntan a que las contribuciones de entidades privadas limitan una toma de decisiones efectivas para promover el beneficio de todos los ciudadanos y de los sistemas sociales, anteponiendo los intereses particulares frente a los colectivos. No obstante, y por lo que respecta al sector turístico, muchos expertos vinculados con esta industria critican el papel simplista que ha ido adoptando la organización en los últimos años, con planteamientos sencillos y reiterativos de modelos e ideas científicas que se presuponen aceptadas y ya superadas (p. ej. inexactitud en la definición de conceptos y tipologías turísticas), sobre ciertas materias específicas, que se vienen trabajando durante décadas y que la comunidad investigadora ya ha superado disponiendo de nuevos y mejores enfoques para proyectos del sector, así como declaraciones inexactas y poco argumentadas que ha realizado últimamente, evidenciando cierto retroceso en su capacidad de liderazgo científico e innovador.

Así pues, la finalidad para la que fueron creadas estas organizaciones es evidente y su papel imprescindible en nuestra sociedad a día de hoy. Por un lado, la salud de todos y la asistencia humanitaria como derecho universal fundamental no puede ser negociada. Por otro, el turismo se alza como un motor clave del progreso socioeconómico mundial que, por su significación y carácter, tiene la posibilidad de cooperar para promover el desarrollo económico y sostenible de las comunidades, la elaboración de productos locales y su incorporación a la cadena de valor del sector, generar efectos positivos en la salud y en la calidad de vida de muchas colectividades, destinar recursos para la educación y el aprendizaje de jóvenes, mujeres y pueblos indígenas, favorecer un mayor grado de poder y autonomía entre las mujeres, permitir la llegada de agua, seguridad y saneamiento a zonas necesitadas, fomentar entornos innovadores e infraestructuras modernizadas, disminuir las desigualdades o impulsar ciudades sostenibles y cuidar los ecosistemas marinos.

El desafío, a día de hoy, es recuperar la credibilidad de estas instituciones que, por unas causas u otras, distan del empuje de sus inicios, bien sea por su organización interna, y las capacidades y competencias de quienes las integran, o por el planteamiento y la discusión, aún a día de hoy, de cuestiones que se presuponen superadas, aceptadas y modernizadas, adaptadas a la naturaleza actual y a las necesidades y la idiosincrasia del sector.