Las calles desiertas volverán a su plena actividad, los parques, jardines y hasta playas volverán a tomar su pulso cotidiano, como ya se está viendo. Esta crisis representa un punto de inflexión en la historia. Son muchos los filósofos y sociólogos que se están ocupando de este cambio sustancial en nuestra vida.

Vivíamos inmersos en la globalización mundial, donde lo único que importaba era comprar barato sea cual fuere el lugar de fabricación. Pero, ahora nos hemos dado cuenta de que no todo es así. La hiperglobalización en la que vivíamos en las últimas décadas no va a volver, como afirma John Gray, profesor emérito de Pensamiento Europeo de la London School of Economics.

Enumera una serie de hechos que pueden cambiar:

No se tolerará que los suministros médicos mundiales más necesarios se produzcan en China o en cualquier otro país, exclusivamente. Como dice Pedro Duque, la globalización, sin hacer anatema de ella, hay que modularla. El sector aéreo se contraerá. La gente viajará menos con fronteras duras.

Cambios geopolíticos se han producido como efecto de la propagación del virus en Irán. Sumados al desplome del precio del barril que podría desestabilizar su régimen teocrático. Otro tanto o peor puede ocurrir en Arabia Saudí que, pese a los años que lleva hablando de diversificación económica, sigue siendo rehén del petróleo.

Por contra, los países del este de Asia ( Taiwan, Corea del Sur, Singapur) han dado una respuesta más eficaz a la pandemia, quizás por la importancia que conceden al bienestar colectivo frente a la autonomía personal,

Más compleja resulta la situación de China, dada su tradición de encubrimientos y estadísticas opacas. Pero lo que ha supuesto de mayor vigilancia estatal y control político, le ha servido para incrementar la influencia del país. China, nos dice Gray, se está introduciendo en el lugar que le corresponde a la Unión Europea, con su ayuda a países en apuros como Italia.

La Unión Europea ha revelado con esta crisis sus debilidades. Donde países como Holanda y Alemania se resisten a compartir la carga fiscal y pueden llegar a impedir el rescate de Italia.

Rusia ejercerá una influencia creciente sobre la Unión Europea. Se consolidará como potencia energética. Los gaseoductos submarinos, Nord Stream, que atraviesan el Báltico aseguran el abastecimiento de gas natural a Europa, a la que hacen dependiente de Rusia. Al igual que China han venido a sustituir a la vacilante Unión Europea, enviando médicos y equipos a Italia.

Al otro lado del Atlántico, para Estados Unidos ha sido prioritario reflotar la economía por encima de contener el virus. La caída de las bolsas, en un rango similar a las producidas en la Crisis de 1929, representaría una amenaza para la presidencia de Trump. Máxime en año electoral. La posición de Estados Unidos ha cambiado de forma notable y no sólo se está desmoronando la globalización desmedida de las últimas décadas, sino el orden mundial surgido tras el final de la II Guerra Mundial.

Volviendo a la crisis que crece en el mundo, cabe peguntarse qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva, pasado el pico de la pandemia. Es un interrogante. Tal vez se acepte un grado de biovigilancia en aras a una mejor protección de la salud colectiva. Para salir del agujero se va a necesitar mayor intervención estatal y además muy creativa. Los gobiernos tendrán que incrementar su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. En las últimas décadas las han descuidado. Si como dice Pedro Duque hay que modular esta globalización, será para mantener las capacidades estratégicas. De igual forma que se ha entendido en el caso del armamento, habrá que extenderlo a la producción de medicinas y de vacunas, de elementos de protección para los sanitarios, de producción para aumentar la generación de energías renovables. La lucha contra el cambio climático es un motivo para modular la globalización.

Hay intelectuales más radicales sobre el post coronavirus. Es el caso del francés Michel Houellebecq, el autor francés contemporáneo de moda y que recibió el pasado mes de abril la más alta condecoración francesa (la Legión de Honor) de manos del Presidente Macron. A sus 63 años es el autor francés más traducido. En su última obra, «Serotonina» se sumerge en la Francia rural desesperanzada. Considerada como anticipación del movimiento airado de los «chalecos amarillos».

Después del confinamiento, Houellebecq dice que despertaremos en un mundo nuevo. Será igual o un poco peor. Él cree que peor. No únicamente por los muertos habidos y por la crisis económica que dejará a millones de personas en paro, sino por la animadversión que se va a generar respecto a las personas desconocidas o distintas.

Yo, lo veo todo -nos dice- bastante gris. Un mundo más egoísta, más sectario, más polarizado, más individualista, más incierto, más voluble. He ahí la visión de un «enfant terrible» galo que alerta de los efectos del confinamiento plurinacional. Hemos aprendido a amar mejor a nuestros seres queridos. Nos hemos dado cuenta de lo que tenemos. De que somos afortunados en nuestra realidad. Una ventana abierta a la esperanza, en tiempo de desazón.