Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfons García03

Demasiada hipocresía

Cuando la vida te azota, mejor esconderse». Honorio («vaya nombre, ¿verdad?, una carga desde el nacimiento») espera el turno a la sombra de un árbol. Ahora han puesto un guardia de seguridad en el centro de servicios sociales y solo se entra cuando él lo dice. Suelo pasar de largo. Como mucho, miro de refilón la corte de olvidados, diferente cada mañana. Hoy no puedo hacer como que no están. Honorio me pide la hora y acaricia al perro, que se deja hacer. Buena espina. Quizá porque todavía me rebota en las sienes la pregunta que Woody Allen estrella a los lectores de su autobiografía. Si el acto más significativo de su vida fue cuando paró un taxi a una anciana en la Sexta Avenida, yo debo dar al menos cobijo verbal a Honorio en su espera hasta registrar la solicitud del ingreso mínimo vital. Está cerca de los 60 (ese dato lo deduzco de su aspecto) y no vive en la calle, cuenta, gracias a un viejo amigo que le deja una habitación gratis en un piso que alquila. Todos inmigrantes, dice solo con afán informativo sobre sus compañeros de vivienda. «Cambian a menudo, pero nos llevamos bien, salvo alguna excepción, como en las familias. Las penas rejuntan. Y da igual de donde vengas». No hay mayor seña de identidad común que el hambre. Es, era, se corrige, músico. Tocaba en hoteles de costa, sobre todo en Benidorm, alegrando veladas a aquellos que necesitaban un fin de semana para olvidar sus vidas mundanas. ¿Por qué no le habré preguntado qué instrumento? No tiene pinta de pianista. Tócala otra vez, Honorio, suena a broma. ¿Se quedó sin trabajo en la crisis de 2008?, le pregunto. Ojalá, contesta. «Esas desdichas casi siempre se superan. Alguna cosa me salía y podíamos sobrevivir». Silencio dolido. «Hasta que me dejó mi mujer», dice girando la mirada. Mató los recuerdos a base de alcohol, al tiempo que se iba hundiendo. Pero tuvo suerte, sonríe. Encontró una mano amiga y la fuerza suficiente en su interior para agarrarla antes de conocer el vacío. «Voy tirando. No me quejo. Muchos de estos están peor, aunque algunos seguro que se quedan sin el ingreso este porque no tienen papeles». Los demás preferimos mirar a otro lado al pasar. Ellos tampoco hacen por que les vean. Cuando la vida te azota, mejor esconderse. No hay nada que exhibir. La miseria y el dolor no se enseñan.

Nos escandaliza el racismo que vemos enmarcado como en una película, pero las expulsiones en caliente o los centros de internamiento de extranjeros que están aquí al lado beben de la misma fuente. La que nutre también el rechazo al pobre, autóctono o importado. Demasiada hipocresía. La superioridad moral tan arraigada en Europa, que hace que evite mirarse en el espejo. Hay bastante también de esa hipocresía en algunas de nuestras actitudes políticas. Aplaudimos los espectáculos de unidad de los partidos y vemos en las disputas internas la semilla de la división y la ruptura. Ni dentro ni fuera de las organizaciones hemos asimilado la disidencia. En cambio, la unidad goza de una incombustible buena prensa, aunque suele esconder la imposición desde arriba, o con el palo de las represalias o la zanahoria de premios futuros. Pobre democracia. Aún no hemos sabido convivir con la discrepancia. La vemos síntoma de debilidad. La unión hace la fuerza es un lema de antes, de los tiempos de la lucha sindical y proletaria. Hasta cuesta escribir la palabra: proletariado. Ha sido purgada del lenguaje. Los tiempos son otros: un mundo más global que nunca y más roto que en cualquier otro momento. El individualismo es una de las señas de este momento histórico, quizá de fin de ciclo. Quién sabe. El ambiente y la música son de último acto antes de la bajada del telón. Pero seguimos aferrados a esquemas del pasado. Produce desazón la forma en que fuera y dentro de los partidos se vive la estrategia de unidad del PP valenciano, la disputa sin fin en Podemos, las guerrillas en el Bloc/Compromís antes de su congreso y la diferencia de criterio en el Consell progresista sobre si los funcionarios han de volver ya a sus puestos de trabajo o quedarse una temporada más en casa. Nadie dice claro lo que realmente piensa y quiere. Demasiada hipocresía. Al final, se ve más a los servidores públicos que a los pobres de la cola del centro social.

Compartir el artículo

stats