Con motivo de la celebración en el IVAM de la exposición, de la exposición «Contracultura. Resistència, utopia, i provocació, a València», llevada a cabo con Alberto Mira como comisario, quien de entrada advierte, «mucha gente de la contracultura acabó siendo muy de derechas», recuerdo a Caballero Bonald cuando se cuestiona sobre la transición política y social española, por haberse limitado a contentar a la izquierda sin incomodar a la derecha, y recurro al libro del sociólogo Salvador Salcedo «Integrats, rebels i marginats», que vino a aportar algunas luces al respecto. Por entonces, éramos más rebeldes que integrados, reivindicando el disfrute de valores que para siempre nos pertenecen. Como recoge Sidney Pollack en «The way we were», tal como éramos, jóvenes comprometidos con las ideas, ambicionando la libertad.

Salvador Salcedo murió hace veinte años y nos dejó en el catálogo para la exposición de pinturas de Maite Miralles -hoy en el hermoso Teatro de Marionetas «La Estrella», de València- un apunte sobre la situación de los diferentes personajes que aparecían en su citado libro: «Amemos el desvalimiento de esos personajes, tan reales en el lienzo como fuera de él, para desterrar el desvalimiento de los que empiezan a vivir, y de los que morirán sin haber vivido libre y dignamente, pues todos somos lo suficientemente niños, viejos o infelices -cualquiera que sea nuestra edad- para sentirnos, en el instante más imprevisto de la existencia, las tres cosas».

Hoy, cuando los tiempos están cambiando, como siempre, su paso nos trae bruscamente el recuerdo de aquellas personas, con cuya convivencia se forjó nuestra conciencia, como la de toda una generación, la nuestra. Aquella que no sabemos denominar de otra forma, como señala Jacques Derrida, que por su fecha, el 68. Generación que, también estéticamente, quiso romper con la anterior. Con pantalones acampanados, «hippies», pelos largos o con patillas, como hoy puedan ir descamisados, «hipsters», rapados o con coleta. Vivíamos en la autarquía como hoy enfrentan la globalización. Queríamos cambiar los tiempos como hoy quieren encontrar el suyo.

Desde entonces hasta hace apenas unos años duró nuestra transición. Justo hasta que llegó la siguiente generación. Exacto el tiempo que lleva a cada generación a trazar unas expectativas que tropiezan con la realidad. Mientras la nuestra apostó por la democracia, la actual cuestiona la calidad que se le ofreció. Como advierte Gil de Biedma, «que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde». Con ello, celebramos el privilegio de haber gozado de la compañía de quienes nos acompañaron en la construcción de unos ideales que aún permanecen, haciéndolo por caminos, como siempre inexplorados, pero que nos permitieron avanzar en su descubrimiento.