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El domingo pasado, el diario de más circulación en España publicó un artículo encomiástico sobre el ministro de Sanidad, Salvador Illa, alabando su aplomo y su capacidad para esquivar la bronca política. Se trata de virtudes sin duda apreciables en cualquier ministro pero que no han bastado en absoluto para que su gestión de la pandemia llegase ni siquiera a un suspenso alto. Pero la culpa no es en absoluto suya sino de un sistema perverso que mantuvo un ministerio sin competencias durante décadas, usándolo sólo de moneda de cambio, para poner luego en sus manos de golpe la tarea de enfrentarse con la peor crisis imaginable y sin recursos, ni experiencia, ni equipo humano adecuado.

El coronavirus ha servido para comparar dos modelos de administración: el del Estado de las autonomías iniciado mediante la Constitución de 1978 y la recentralización forzada que impuso el decreto de alarma poniendo en marcha una maquinaria inexistente en el sector sanitario. Por supuesto que ese segundo modelo no es, ni por asomo, el que resultaría de una vuelta a un país centralista pero se ha aprovechado como tal por parte de los nacionalismos catalán y vasco para descalificar el estado de alarma por limitar las competencias transferidas. Al margen de que se trate de una estrategia muy común por parte de ambos grupos „sacar tajada de cualquier crisis„, su recorrido político es nulo porque era obvio que debía haber un mando único para combatir la pandemia. Lo que sucede es que sólo a un Gobierno tan ineficaz como el nuestro se le ocurriría utilizar como tal un ministerio vacío. Cualquier empresario de los grandes habría sabido comprar mucho mejor y antes los materiales de seguridad cuya falta dejó desprotegido al sector sanitario durante los meses peores.

También supieron abastecerse, por supuesto, las consejerías de Sanidad que contaban con el personal y la costumbre imprescindibles. Pero no puede decirse que fuesen los catalanes los más eficaces en esa tarea. Fue otra comunidad autónoma, Galicia, la que mejor manejó de lejos el problema. Dispuso de las mascarillas, guantes, pantallas protectoras y respiradores que necesitaba desde el primer día. Todo eso que el ministro Illa, ante las advertencias de la OMS, dijo que España tenía almacenado en cantidades suficientes aunque no fuera así. Lástima, claro, que la diferencia de Galicia dependiese de la gestión a Alberto Núñez Feijóo, es decir, del Partido Popular y por eso mismo se convirtiera no en el colaborador deseable sino en un rival a evitar.

Hemos aprendido mucho durante lo que llevamos de pandemia. Que los ministerios no consisten sólo en un nombre es quizá la que antes va a olvidarse. De lo de las playas abarrotadas y las fiestas de botellón sin control, más vale ni hablar.

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