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Vivir la postguerra

Las consecuencias más personales de la pandemia

Esta guerra mundial del covid se acaba, al menos en España, aunque su poso y su amenaza de rebrote estará siempre ahí y la normalidad, tal y como la entendíamos, tal vez nunca aparezca. Pero esta primera batalla ha llegado a su fin y por ello, podemos autocalificarnos ya de supervivientes. Bien es cierto, que la mayoría de la población ni siquiera hemos visto ni una bala, tan alejados que hemos estado de las trincheras. Pero estos meses, en mayor o menor grado, nos han marcado ya para siempre. Aunque no seamos totalmente conscientes, el poso de las guerras, incluso de las más invisibles, permanece siempre durante décadas. Nuestra visión ha variado en estos meses. Se ha ampliado nuestra perspectiva, modificado nuestra trayectoria, que vendrá siempre ya marcada por el punto de inflexión de un tiempo anterior o posterior, a la pandemia. Y, aunque volveremos a la mayoría de los lugares previos, con mascarilla o sin ella, y de nuevo se reprogramarán las celebraciones suspendidas, las bodas, las comuniones, los conciertos, el omnipresente fútbol y hasta, con el tiempo, las fiestas: algo habrá cambiado. Más que nada, porque, como decía Neruda, "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Todos habremos envejecido mucho más que unos meses, y además en algunos casos, se va a dar hasta la extraña paradoja que este envejecimiento va a traer asociada una anagnórisis juvenil y vital, basada en la necesidad de reinventarse. No habrá opción: será reinventarse o morir. Supongo que la juventud emocional se basa precisamente en eso, en la ilusión de engullir enérgicamente la vida en una adaptación darwiniana. La covid nos ha dejado a muchos sin alternativas y, precisamente por eso, ha sido un revulsivo brutal para que las busquemos en otros mundos paralelos, en otras dimensiones. Nuestros comportamientos sociales se han modificado para siempre. El teletrabajo es ya un hecho real, como lo es la generalización de las compras online y la modificación de nuestros hábitos de consumo basados en productos de proximidad y de producción local.

Esto ha sido como tomar la pastilla visionaria del "Matrix". Hemos ido al Oráculo y hemos visto la verdad tal y como es, con todas nuestras miserias y heroicidades, con nuestras todas cobardías y valentías. No, señores, no hemos salido ilesos y sin ninguna marca o pulsión del confinamiento. El virus, por ejemplo, ha evidenciado algo que se ha ocultado durante mucho tiempo en España, como son las realidades de las residencias de ancianos: meros aparcamientos y morideros de abuelos. Porque eso siempre es lo que han sido, pero ahora se ha corroborado. La covid nos ha traído también dolor mental porque muchas personas han pasado este encierro en soledad, en una soledad dura, impuesta a base de vigilancia policial y reiteración de las sufridas consignas sobre la responsabilidad y la resistencia. Y esa soledad también ha causado bajas, bajas en el alma, y aumentos de los casos por procesos de ansiedad o depresión. Eso no se ha visto en los medios de comunicación, apenas se ha contado, como si fuera obsceno contar, que el bienestar y la salud es una conjunción inseparable de factores físicos, pero también emocionales. Físicamente podríamos haber sobrevivido bien a esta pandemia, pero: alguien se pregunta: ¿Qué ha pasado con nuestra espiritualidad? ¿qué es lo que hemos perdido o tal vez que hemos ganado o incluso reencontrado? Las diferentes respuestas seguro tienen que ver con los factores de acompañamiento, con el cómo, con quién y de qué forma hemos pasado el confinamiento, quién ha estado con nosotros y quién no. Es cierto que sólo unos pocos han visto pasar los camiones frigoríficos llenos de cadáveres camino a los hornos crematorios, pero de una forma u otra la mayoría también hemos sido heridos ya que ha habido días, noches, horas, tan apocalípticas que nos han causado demasiada mella.

Y todos hemos tenido tiempo para reflexionar cómo quisiéramos que fuera nuestra existencia a partir de ahora. Algunos de forma pragmática habrán analizado fríamente la fragilidad económica del mundo y lo importante que es tener una situación financiera firme, bien asentada y saneada, éstos habrán salido del confinamiento buscando la confortabilidad, la seguridad, los territorios conocidos y allí habrán decidido permanecer, intentando no replantearse nunca nada más nada, sólo dejarse llevar, quizás con el dulce ego de lo que significa tener un buen coche aparcado en el garaje. Si su carácter es así de conformista, les irá bien en esta supervivencia. Otros, desearán volver a los pueblos, recuperar las casas de sus ancestros que amenazaban ruinas, limpiar las sebes, airear las estancias humedecidas, volver a lo primitivo, a la génesis, a lo autóctono, a lo más agreste, al contacto más fluido con la naturaleza. Otros, intentarán sólo sobrevivir, pagar la luz, poder comer. Otros, aparentemente, no se habrán visto sido afectados, permítanme dudarlo, y como máximo harán sólo unos ligeros cambios, tal vez se compren una moto o se hagan un tatuaje y ahí se termine la pandemia. Pero hay otros que habrán diseñado planes, planes de verdad, de ese tipo de grandes planes ocultos que sólo tienen los profetas, de esa clase de planes por los que uno decide abordar otra senda, una desconocida, incierta, seguro más enrevesada y, precisamente por ello, más intensa. Esos son siempre los más iluminados, pero los seres que tienen más magma, más pasión y vitalidad. Esos indomables locos serán siempre jóvenes e intrépidos, independientemente de lo que diga la edad de su carnet y son siempre capaces de ponerse del revés, reinventarse y empezar otra vez. Están ahí, entre esos distópicos, muchos artistas que conozco y que lo han pasado y lo van a pasar económicamente muy mal. Pero la creación es así y el arte es así. Y al final, ser un creador no es algo que se elija, sólo es algo que se es. Estos artistas han tenido suficiente dosis de dolor, tristeza, penuria y frustración para cargar su alma estas semanas hasta los topes y para, como decía la princesa Leia, "tomar su corazón herido y convertirlo en arte". Los ingredientes han estado ahí en el covid y en unos meses veremos los resultados y la belleza generada. Belleza de la auténtica, de la sufrida, de la llorada. Aflorará el arte. Porque esta casa nuestra está llena de talento y de artistas inconformistas. Hay sangre y hay mecha. Mucha mecha y poca pasta. Y la mecha no es algo que se imposte, la mecha se hereda y se mastica en la negrura, también en la negrura del confinamiento.

La generación postcovid será muy prolífica en toda clase de obras artísticas. Los creadores, sobre todo los más desconocidos, los más anónimos, también han sido grandes merecedores de un aplauso, de un olé, de un chapeau, de un va por vosotros. Pero nadie se lo ha dado y nadie se lo dará. Aunque queridos amigos, hoy quisiera deciros que sois, algo grande. Muy grande. Y que ya sabéis eso del viejo tópico, que unos ganan las guerras y otros, las pierden, las perdemos, pero también las terminamos escribiendo. La evolución mental se hace a base de sufrimiento y el arte auténtico también. Aunque ahora toca de nuevo vivir. Vivir otra vez. Vivir que no es poco. Vivir intensamente, que es aún mejor. Vivir de acuerdo a lo que creemos, añoramos o ensoñamos. Vivir incluso para construir un precioso Taj-Mahal. Un Taj-Mahal desde la absolutamente nada, la nada que ahora somos.

Ese será nuestro gran milagro. Ganar la primitiva sería hasta fácil. Porque a veces el arte sí que es algo superior a la naturaleza humana, es un acto completo de fe, es un designo de Dios (si existiese Dios) y la prueba más fehaciente de su energía, su luz y su karma. El arte como némesis. Y el arte como verdad.

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