Al igual que el verso es el enemigo de la poesía, el injerto en forma de nombre que le pusieron a la conselleria de Hacienda -Hacienda y Modelo Económico- ha de ser el enemigo de Vicent Soler. Lo de «modelo económico» suena a ente abstracto, además de resultar como muy repipí. A la política se le pide acción, no abstracción; sencillez, efectividad y evidencia, y a ser posible ningún pavoneo. Vicent Soler es el gran «redescubrimiento» del Botánic, en la parte socialista. El prefijo «re» está justificado: Soler es un clásico (clásico no es sinónimo de antiguo, sino al contrario: de moderno, de actual), y su dilata trayectoria en la vida política, intelectual y académica resulta una Santísima Trinidad tan gloriosa y contundente que muy pocos, por estos pagos, podrían acreditar ante Dios y ante la Historia. Hoy ilumina al Consell desde la moderación que ofrece la experiencia y desde la sensatez que otorga el saberse atemperado por tan vastas disciplinas. Es imposible que Soler, pues, se haya dejado arrobar por ese epígono -«modelo económico»- que alguien con muchas ínfulas ha pegado al nombre de su conselleria de Hacienda. No hay ni un departamento de las autonomías históricas -del País Vasco a Cataluña-, ni de las otras, que posea esa denominación tan evanescente y ufana. Normal. Los «modelos» en política económica -y en economía política- son de un bla-bla-bla incierto y especulativo. Hay toda una epistemología de «modelos», claro, y hasta una metodología muy zozobrante. Una política económica no ha de manufacturar metafísica -ya están las universidades para eso- sino crear empleo y bienestar, que ya es bastante.

Sí, ya sé. El oficialismo reformista y el academicismo estirado me corregirán enseguida. Y entonarán su canción favorita: se trata de un «modelo» para generar mayor bienestar social, para crear mayor ocupación de calidad, para que el mundo sea más sostenible, y que utilice de forma racional los recursos naturales, y que profundice en la eficencia energética, y que gestione con sabiduría el territorio, y que fundamente su desarrollo en la innovación y en el conocimiento, y que€ Sí. Muy bien. De acuerdo. ¿Y quién no firmaría ese menú? Digámoslo ya: eso no es un «modelo» económico, es una declaración de principios; no es una receta económica, es una enseñanza moral; no es la apuesta por un nuevo ecosistema productivo, es un pasaje para la ascensión a los cielos. Antes de levitar, sin embargo, habrá que comer, vestirse, alquilar un apartamento, ir al cine, leer un libro€ Cosas así de simples y domésticas que se pueden realizar si se dispone de un empleo. Y en todo caso, ¿no debería colgar esa área de la conselleria de Economía y no de la de Hacienda?

Como no se trata, intuyo, de cambiar el modo de producción y de instaurar la economía planificada -o sí, que nunca se sabe-, bien podríamos recordar los tres teatrales «modelos» que han inspirado los sueños de los gobernantes de aquí hasta hoy mismo. El modelo California, el modelo Florida y el modelo Finlandia. El primero lo abonó Zaplana, creo recordar: tecnología a la última, ocio espectacular, islas de productiva agricultura. Mi amigo Josep Torrent le rectificó: esta geografía no iba encaminada a revivir el sueño californiano sino a convertirse en una copia de Florida, con el sol y la playa y el aluvión de crepusculares turistas europeos. La parte socialista del Botánic, hace unos años, trajo consigo el modelo Finlandia, que muy mediterráneo no es, desde luego, y además no tiene ni playa ni sol, y sí muchos grados bajo cero, pero ya se apañarán los turistas, no querrán tenerlo todo. Eso sí: mientras discutimos sobre los testículos de la vaca, resulta que el área del «modelo económico» dispone de una secretaría autonómica y de un departamento con su presupuesto y su canesú. Y que una de las vigas centrales de la economía valenciana, el área de Turismo de Francesc Colomer, que supone una buena parte del PIB, con consecuencias directas sobre el bienestar de la gente, resulta que solo dispone de una dirección general en su estructura.

Política y euros

Quizás un repentino ataque de idiocia nos disuadiría de la evidencia contrastada. José Luis Ábalos es el ministro valenciano con más peso político y presupuestario desde la Transición Política. Estuvo Abril Martorell, cuya presencia en Valencia era de una intermitencia muy relajada; dominó la economía Pedro Solbes, de modos susurrantes, y hasta Antoni Asunción encabezó el ministerio del Interior. Nada comparado al hecho de compatibilizar un ministerio de Fomento y una secretaría de organización del PSOE. Ese binomio lo gestionó Cascos con Aznar, y Blanco con Zapatero. Dominio del partido, dominio del departamento clave para esparcir obra pública. Por otra parte, el ministro de Fomento arrima el hombro inversor hacia esta periferia con tal contundencia que no pocas autonomías acechan con la tabla de Excel para medir los agravios. Por una vez, un valenciano actúa como un catalán, y repara desidias y postergaciones. (Por cierto, el día 40 del confinamiento le escuché a Ábalos un discurso muy doctrinal, alejado del ramo que pastorea. Esta crisis, dijo, legitimaba el Estado de Bienestar y entronizaba el espíritu colectivo. Hay que estar de acuerdo con lo primero -su idea la repiten por ahí ahora- y no llamarse a engaño con lo segundo: sólo los intereses y las amenazas agrupan a la tribu y calman sus desahogos individualistas.)

Abalismo

El rescate de Rafael Rubio por parte del abalismo -subdelegado del Gobierno- hay que analizarlo en sus justos términos. En el oficialismo ha generado dudas. Rubio es integrador, puede aglutinar mayorías, sus dotes para el diálogo y su brillantez están acreditadas, y en los últimos tiempos -tocado muy de refilón por un asunto judicial- sólo Vicent Sarriá lo alivió del ostracismo. Además es amigo del «pope» Xavier Albiol, de genialidades vastísimas, con lo cual está todo dicho.