La incógnita que nos traen el virus y sus secuelas, el pánico, es por si finalmente enloqueciéramos. Se ven signos de desequilibrio emocional y cognitivo. Personajes egregios vestidos de sayón, abriendo el cielo con sus falsedades disfrazadas de conocimiento. Nuestras tres dimensiones son el País Valenciano, el marco español y el horizonte europeo. Aún queda quien pretende negar el derecho a llamar a las cosas por su nombre. La denominación Comunitat Valenciana sirve para entendernos y homologarnos, pero no dice nada. Tampoco merece ser motivo de anatema.

Nada vale

En las últimas tres décadas han circulado, con ánimo vencedor, conceptos varios que nos habían de relanzar a los nuevos tiempos. ¿Y si enloquecemos? La ley mercado que se autorregula, la internacionalización inevitable, la mundialización de la economía, el capitalismo con que amenaza China desde la dictadura, la hegemonía estadounidense como gendarme mundial, la caída supuesta de los muros separadores con el de Berlín en 1989, la supremacía de la Banca y la Bolsa en el poder financiero. Y hemos enloquecido. Se ha perdido el norte con la Covid-19.

Diminuto

En el maremagnum el País Valenciano es diminuto. Aun así es la unidad territorial que importa a cinco millones de humanos, del Cenia al Segura. Quienes decidieron la denominación Comunitat Valenciana no lo hicieron de buena fe. Reconocieron que era la peor entre las posibles. La más anodina. La más despersonalizadora. Consecuencia de una obsesión: alejar a los valencianos de sus raíces históricas, forales y políticas. Y se inventaron el concepto Levante como falsa ventaja geográfica y turística. Los trenes y las carreteras de Madrid van hacia Levante. Después el más siniestro topónimo Sureste. No hay ningún AVE —ferrocarril de alta velocidad— que funcione alejado de la concepción radial del transporte. El eje mediterráneo, enmascarado deliberadamente en el mantra confuso de Corredor Mediterráneo, resultó inviable. La autopista que recorre el litoral mediterráneo peninsular fue posible en los 70' porque la financió el Banco Mundial. Ahora, fruto de la imprevisión en su rescate. Se ha convertido en caótico exceso de tráfico. Una ratonera insegura que carece de la concepción y de las suficientes salidas para descongestionarla.

Al fin Europa

En el entorno de las pulsiones valencianistas surgió un movimiento espontáneo y esperanzador: Europa al fondo. Como en tantas otras ocasiones, llegó de los pueblos y las comarcas, para abrir las ventanas del País Valenciano al aire puro de Europa. Fue a raíz de la firma de los Tratados de Roma en 1957, que dieron cuerpo al espíritu comunitario europeo. El que se había forjado a lo largo de la época previa y posterior a la Segunda Guerra Mundial por los padres fundadores del Mercado Común Europeo, entre los que despuntan: Konrad Adenauer (alemán), Winston Churchill ( inglés), Alcide de Gasperi (italiano), Sico Mansholt (neerlandés), Jean Monnet (francés), Robert Schuman (francés) , Paul-Heni Spaak (belga) y Altiero Spinelli ( italiano). Después del Manifiesto de Ventotene (escrito en presidio insular fascista en 1941). El documento que dio lugar al Plan Spinelli en 1984. Un amplio programa federal para Europa. Única fórmula europea posible. Tratado de la Unión donde se plasmó la necesidad de la Constitución para Europa. La Carta Magna que debería cristalizar en 2005, para dotar de consistencia política al proyecto europeo. Se la cargaron franceses, holandeses y británicos. Los españoles votaron más y más a favor.

Vergüenzas

Las vergüenzas de la UE emergen del agujero suizo, de la Europa de las Patrias de De Gaulle, de la traición británica con el Brexit, del enjambre cainita de los Balcanes (Serbia , Sarajevo, Srebrenica) o de la ausencia noruega. Ahora llega la extrema derecha, desleal y estéril. En este prolongado proceso no hay ninguna huella española. Ni en el Mercado del Carbón y del Acero, ni en el Euratom, ni en la Política Agraria Común, ni en la grandilocuencia de Churchill apostando en vano por los Estados Unidos de Europa, ni en la Unión Monetaria y el euro. Entre todos los inspiradores, fue Spinelli, un comunista italiano, que formuló el proyecto más consistente para Europa. Con marcado signo federal. Reflejo de su compromiso político y social para alcanzar la independencia, la cohesión y la pluralidad nacional de un continente convulso.

A navegantes

En el País Valenciano fueron catalogados como «rojos, retrógrados y catalanistas» -todavía hoy por los intelectualoides- los que se vincularon al Movimiento Europeo, con su participación en el conocido como «contubernio de Munich» (1962). Denominación despectiva del diario falangista «Arriba», de lo que realmente fue el IV Congreso del Movimiento Europeo. En él participaron Vicent Ventura y Joaquín Maldonado, apenas socialdemócratas y casi nada independentistas. Discreto «homenot» el primero y autogestionario el segundo. España para los valencianos se ha comportado secularmente como madrastra cicatera, nada amante y comprensiva. En el encuentro de Munich, que costó persecuciones y exilios, participaron 118 españoles: monárquicos liberales, cristiano-demócratas, republicanos, socialistas, junto con nacionalistas vascos y catalanes. Convocados por Salvador de Madariaga, quien en la clausura afirmó: «Hoy ha terminado la Guerra Civil». Era el 6 de junio de 1962.