Nuestra geografía humana define un territorio densamente construido en las franjas costeras y en las conurbaciones próximas a los grandes núcleos de población, un territorio asimétrico de este a oeste, de interior a exterior: estructuras urbanas, infraestructuras viarias, instalaciones de todo tipo que hacen que la franja costera sea un lugar en el que, para bien o para mal, está condicionado el futuro próximo y a medio plazo, no hay marcha atrás. Es imposible desandar lo ya recorrido, aunque sí es posible reconducir el futuro. El turismo llegó para quedarse y a pesar de las zonas oscuras e insalvables que ello ha creado, de algunos episodios más o menos brillantes y también de los logros económicos que se le deben atribuir. Su incidencia en el urbanismo y por tanto en el paisaje ha sido laS más de las veces catastrófica y su modelo como sector económico en la actualidad es mejorable.

Es evidente la existencia de una infraestructura turística básica amplia y diversificada. También del importante número de empresas especializadas, algunas de ellas punteras en este campo. Reconducir esta industria es básico, tanto para su supervivencia futura, como para un desarrollo sostenible desde amplias perspectivas; de la misma manera que desmontar el falso relato que desde la utopía pretenden algunos, despreciando el turismo como alternativa en un nuevo contexto arcádico. Ambas cuestiones son importantes, pues como sociedad hemos de dar una respuesta sólida a una industria esencial por ahora en nuestra tierra, que implica cientos de miles de puestos de trabajo, mejor o peor pagados, junto a las industrias allegadas a él, que son miles en todo nuestro territorio y no solo en la costa.

Hoy más que nunca vemos la importancia de diversificar las fuentes de riqueza para no depender siempre de una alternativa de monocultivo. Es de sentido común pretenderlo y potenciarlo; pero mientras ello ocurre y los empresarios se atreven a dar el salto a un nuevo paradigma, menos global, más próximo en la producción; mientras los políticos crean plataformas, opciones, estrategias para dar cobijo a todo ello, hay que seguir viviendo. El turismo ofrece posibilidades y es una alternativa importante, ajustando su estrategia, buscando quizás un mayor valor añadido, una selección en el tipo de visitante, optando a un talante menos depredador del paisaje al considerarlo a este como uno de los mayores atractivos a ofrecer y la escena donde se desarrolla la actividad.

El turismo, entiendo, debe aliarse de verdad con otras fuentes de riqueza creando sinergias, potenciándose mutuamente. El paisaje puede ser el nexo de unión con esas otras fuentes de riqueza, con la agricultura y la selvicultura y las muchas industrias derivadas que se pueden crear dentro de una planificación inteligente. La agricultura y el bosque son los generadores natos del paisaje rural, el que ocupa grandísimas áreas en nuestro territorio. El bosque, existente y muy importante hoy como alternativa en muchas zonas del país, necesita de una gestión planificada, con industrias de transformación, posiblemente con ganadería como apoyo y con sus productos de transformación con sellos locales de calidad, control de incendios, etc.; de la misma manera que la agricultura, la vid, las frutas y hortalizas, los productos de cercanía o transformados, exclusivos de un lugar, capaces de generar demanda en un área con potencial si se sabe vender bien su imagen. Industrias tradicionales del mueble reinventadas en lo contemporáneo, del ocio, de astilleros locales, oferta de pequeñas tradicionales de ocio, de pesca deportiva, etc.

La cultura en general y sus distintas ramas deberían estar en este punto de mira: cultura local, cultura de la imagen, del cine, de los cortos, de historias narradas en determinados ambientes y lugares pueden potenciar el lugar y vender bien el paisaje. El patrimonio construido o natural, con su oferta bien vendida y potenciada, deben ser esenciales; una oferta diseñada desde la administración o la gestión privada, que ofrezca una lectura clara de la oferta y las potencialidades, donde cada área tenga un papel que permita desarrollarse de manera eficaz.

Con ello se crearía un nuevo camino hacia un posible modelo de turismo más selectivo, no destructivo, ofertando ocio y cultura, paisajes singulares y protegidos, corredores verdes, temáticos, espacios libres de contaminación visual, etc. Junto a un patrimonio cultural en sus diversas manifestaciones, no para potenciar solo lo identitario, sino también para apoyar una idea de lugar como oferta social y económica. Turismo, paisaje y cultura deben de alguna manera, ser la base de la recuperación de un sector estratégico en nuestra sociedad.