El que fuera director de los servicios municipales de Salud Mental y del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de la ciudad de Nueva York en los años 90, el psiquiatra español Luis Rojas Marcos, cuenta una anécdota en uno de sus libros, Todo lo que he aprendido. 303 ideas para una vida mejor, en el que describe uno de los males de nuestra época y que es el origen de muchos conflictos y crisis que se han dado en la sociedad a lo largo de la historia. Relata que en un vuelo se encontró con una mujer española que afirmaba que España estaba fatal porque vivíamos rodeados de maltratadores y terroristas. Él le preguntó en qué se basaba para tal afirmación y volvió a decir lo mismo, finalmente le cuestionó si conocía alguno, si había tenido una experiencia cercana, y volvió a contestar con una negativa. Al final la buena mujer admitió lo inevitable: "La culpa de lo que te he dicho la tienen los telediarios". Conclusión: no se puede confundir las noticias con la vida cotidiana y habitual a partir de generalizaciones y clichés que manipulan y falsean lo que es la realidad, ignorando lo que tenemos bajo nuestros pies.

Creíamos que la magia y el encuentro poético con nuestro vecindario iba a cambiarlo todo. Sesudos intelectuales han debatido si estábamos ante el principio del fin del capitalismo, ante una relectura de las relaciones económicas entre el Estado, el mercado y la sociedad civil. Y de pronto, hemos visto que nos atenazan los virus de siempre, incluso con más fuerza. Una parte de la clase política dirigente ha perdido el Norte. Carecemos de liderazgo, de narrativas y relatos que sean capaces de dar razón de lo que nos pasa y de aquello que se debe hacer para afrontar los desafíos que tenemos encima de la mesa y que no pueden posponerse ni un minuto más. Todo ha adquirido una velocidad de crucero como si quisiera recuperar el tiempo del confinamiento. Ante ello, carecemos de visión de conjunto, cada vez nuestra mente, a pesar de un mundo interconectado y global, es más tribal, más reducida, sospechamos de las personas que no hablan como nosotros, que no piensan como nosotros y que no viven como nosotros. Ortega y Gasset lo describió a la perfección en 1921 en España invertebrada con el término particularismo: "Es aquel estado de espíritu en que creemos no tener que contar con los demás. Unas veces por excesiva estimación de nosotros mismos, otras por excesivo menosprecio del prójimo. Detesta cordialmente a todo el que no repite sus sentimientos y toscos lugares comunes". Y apostilla: "En nuestro país todo el mundo pone oído a la calumnia y casi nadie a la rectificación porque ignora las grandes empresas constructivas, generosas y ascendentes". ¿Les suena?

Sin embargo, no podemos eludir la historia. Antes los virus de nuestro tiempo como son las guerras económicas, la proliferación de racismos y nacionalismos contra emigrantes, la crisis climática o todo la revolución biopolítica y tecnológica del big data que va a abrir un control de todos nuestros movimientos a partir de nuestros datos por nuevas pandemias, se requiere, a juicio del pensador alemán Markus Gabriel, una nueva educación que funde, a su vez, una nueva Ilustración. Ésta debería sustentarse en una raíz ética que nos lleve a reconocer el enorme peligro que supone seguir a ciegas la ciencia y la técnica. Ser conscientes que detrás de todo ello alimentamos un sistema que destruye la naturaleza y ejerce un atontamiento, dirá Gabriel, sobre los ciudadanos convirtiéndonos en meros turistas profesionales y consumidores de bienes. Es decir, nuestro modo de habitar el mundo lleva consigo unos adelantos espectaculares que propician una serie de problemáticas que amenazan nuestra propia existencia. Ahora bien, como nuestra libertad, felicidad y bienestar se asumen desde el consumo nos centramos en nuestra vida particular que esté garantizada, anulando de esa forma una conciencia global y responsable sobre aquello que nos va a afectar pero que todavía no ha irrumpido en nuestros intereses. He aquí el problema de nuestro tiempo.

¿Qué hacer entonces? ¿Seremos capaces, como apunta Geraldine Schwarz, de combinar todos los desafíos y retos de la emergencia sanitaria con el mantenimiento de nuestra democracia y de nuestras libertades? Venimos de un siglo que nos ha dejado una lección única y es que las respuestas a las grandes circunstancias de la historia deben ser colectivas, de las instituciones y de las personas. La responsabilidad tiene que ser el termómetro y la guía de nuestras acciones. No podemos mirar hacia otro lado. Cada persona desde su ámbito laboral y personal tiene que trabajar para transformar los cimientos de nuestro mundo. Sólo así podremos contradecir lo que un político dijo en el siglo pasado: "La más importante lección de historia es que nunca se aprenden las lecciones de historia". Ese político se llamaba Adolf Hitler. De todos y cada uno de nosotros depende que se equivoque.