Una columna de opinión no es lugar para buscarse a uno mismo. Pero paradójicamente no se tiene opinión sin saber en profundidad quién eres para al menos saber sobre qué escribes, que es básicamente explicar a los demás quiénes son. Lo dijo el moralista Luc de Clapiers: "Descubrimos en nosotros mismos lo que los demás nos ocultan, y reconocemos en los demás lo que nos ocultamos a nosotros mismos. Ambos hechos están sin duda relacionados."

Algunos nombres y fechas incitan instintivamente a hacer cálculos. Leyendo que Rimbaud, Tibulo, Vauvenargues, murieron a los 37, 33 y 32, uno se siente fuera de peligro y olvida que "basta una gota de agua para matarnos", como dijo Pascal, que murió a los 39.

¿Han observado cómo, tras la breve tregua que el confinamiento dio a la naturaleza, han vuelto a aparecer esos frágiles escarabajos de lujo, los ciervos voladores? Salúdenles como a hermanos porque los seres humanos somos exactamente como el Lucanus Cervus: nuestra larva emplea cuatro años para convertirse en insecto perfecto, pero cuando es insecto perfecto le quedan pocas semanas de vida.

Envejecer se ha convertido en un riesgo, justo cuando muchos depositaban en esa época todas sus esperanzas de salud y actividad. Ansiaban en la jubilación el resarcimiento de años sin ver, escuchar ni hablar como forma de resistencia pasiva en las trincheras del empleo. Y a la lotería del destino se añade ahora un virus que evidencia la indefensión precisamente en esa franja de edad pre-paradisíaca en la que uno espera morir a los noventa años, en su cama y sin sufrir, solamente cuidándose de las caídas y de las corrientes de aire.

Ciertas palabras también nos están dando problemas. Ya no sabemos explicar concretamente esas circunstancias llamadas sentimientos. Se habla de TERF, de Teoría Queer y de cuestiones biológicas de las que derivan la protección de mujeres Trans y de mujeres CIS. Se intenta incluir cuestiones como la desprotección por falta de recursos económicos, en realidad la fuente de toda desigualdad. Pero de lo que nos uniría a todos, los sentimientos, es de lo que menos se habla porque los jueces solo se atienen a los hechos.

Algo análogo y muy olvidado ocurrió con el alma en contraposición con el cuerpo. Se celebró un concilio sobre la posibilidad de que las mujeres tuvieran algo de esa palabra jeroglífica que confiere el derecho a pertenecer a la Humanidad. Fue en Éfeso, ciudad de la Grecia antigua y ahora de la actual Turquía, que culmina estos días su agenda islamista con la conversión por decreto de Santa Sofía. Como el alma es algo que solo usamos para las imágenes corporativas de las empresas, nadie se esfuerza mucho en defender la vulnerabilidad de quienes no se incluyen en un grupo de pertenencia física. Es más fácil decir cosas nuevas en inglés que conciliar las que ya se dijeron hace siglos en latín.

Si algo real nos une es el gran problema de saber quiénes somos. Ser es una acción común, universal, colectiva pero privada, banal pero extraordinaria, presente y condicional, perfecta e imperfecta. Ser es una cuestión de amor propio que no debería confundirse con el infantil narcisismo, una distinción que Oscar Wilde hizo entre un saludable individualismo y un egoísmo enfermizo.

Pero nuestro ser está hecho de un hedonismo desbocado que se muere por disfrutar de una paella y unas cervezas efímeras a riesgo de padecer una deletérea estancia en la UCI. Nuestro ser es incluso capaz de mentirse durante toda su vida por conveniencia, cuando difícilmente se pueden encontrar personas más amargas que las que se muestran dulces por interés. Los que fueron educados para obedecer seguirán obedeciendo, aunque lleguen a emperadores.

Dentro de este caos, hay personas que son felices sin saberlo. Creen que la suerte les ha hecho muy desgraciadas porque comparan su vida con la de esos recientes personajes ávidos e inaccesibles, con esa pinta de ir buscando su propio camino y de esforzarse a la vez por perderlo; criaturas sin un alma pero dotadas con miles de pulmones; de profesión son 'marchands d´esprit', vendedores de ideas, asesores, creadores de gags, autores de nuevos clichés de la nueva agenda, especialistas en propaganda que venden inteligencia en 4G; tienen el 'it', el quid, lo imponderable, lo indefinible; sus antepasados hubieran sido como los zares que hicieron arrancar los ojos a los artistas que habían decorado el Kremlin y se vengan ahora en nosotros haciéndonos reventar los ojos y los oídos con sus ocurrencias.

Igual que los virus, todos comemos vidas ajenas para vivir. Contemplamos el festín porque no encontramos ningún motivo para evitar mirarlo. Todo lo que se ha conservado de lo humano y de lo material se lo debemos al azar.

Cuando bajaba con mi madre en el ascensor, antes de enfrentarse a las miradas de la calle, se miraba en el espejo, se sacaba la lengua a sí misma y decía a su imagen con sorna "¡Eres una vieja!". El alma empieza en los miedos infantiles y reaparece en el asombro de haber envejecido. Después de muchas renuncias se nos olvida qué era aquello que tanto buscábamos. Algunos seguimos indagando en ello.