Julio es un buen mes para favorecer el olvido; cualquier preocupación se diluye por la acción del calor y llega a perder el contorno de la urgencia. Esta apelación a la física y su aplicación al quehacer humano es obligada ante algunas declaraciones que no pasan de ser puro repertorio de argumentario. Todos a una usan las mismas palabras en el mismo orden ante las mismas preguntas; respuesta de máquina de tabaco. Pura contradicción con la creatividad que caracteriza al discurso humano.

Verdad es que los elogios de los que está siendo objeto nuestro Ministro de Sanidad se dan de bruces con unas preguntas de Luis Mauri en Levante-EMV (o4-julio). En una de ellas (¿Ha servido este aprendizaje para identificar errores en la gestión de la crisis?) el Sr. Illa responde: «Todo el mundo llegó tarde, no solo España». Más aún, reitera en respuesta a otra pregunta (¿Se debió haber actuado con más anticipación?) que «todos hemos llegado tarde» y cierra la respuesta a otra pregunta que incide en el mismo tema con «lo que digo es que todo el mundo ha llegado tarde». El periodista entiende que este juicio no puede darse por verdadero, puesto que «El Mobile canceló su feria en Barcelona a mediados de febrero», y no abunda en otros casos que anticiparon medidas de prevención y aislamiento. Puesto de relieve el argumentario, el periodista ya no urge otro análisis.

Así pues, no solo cabe replicar al Sr. Illa que el juicio «todo el mundo llegó tarde» es falso porque existieron corporaciones repartidas en medio mundo que cancelaron su asistencia a un congreso para poder garantizar la salud de sus empleados y directivos. Lo que es obligado conjeturar, recordando declaraciones de las autoridades municipales de Barcelona y del Gobierno de España, es qué intereses forzaban el deseo de celebrar ese congreso. ¡Qué declaraciones se hicieron!

Nadie le pide hoy Sr. Illa que «adivine el pasado» porque eso no cabe hacerlo y el periodista lo sabe. Lo que algunas personas pensamos es que el simple hecho de haberse cancelado el Mobile debiera haber movido a los equipos de estudio del Ministerio a recabar la información más completa y contrastada, a la toma de decisiones preventivas, a una valoración muy mesurada de la situación italiana. Esto no se hizo y se corrió el mayor de los riesgos posibles. Es más, el Sr. Illa sabe que se ha cesado a alguien que previno acerca de los riesgos que habrían de correr los policías en aeropuertos y otros lugares de control. Lo que para ese funcionario era prevenir, para Ud. era difundir «alarmas» porque si hubieran estudiado el tema con la seriedad que el caso requería no hubieran llegado a pensar «que el virus no iba a llegar». Y de esta sospecha no se liberará, aunque el Dr. Fernando Simón haya reconocido en un amable reportaje de El País Semanal que «el 9 de marzo comprobamos que la situación estaba fuera de control» y que «no lo detectamos con la rapidez necesaria para frenarlo». Reconocer el error no lo explica.

He de confesar que el sosiego con que el Sr. Illa habla me cae muy bien, pero creo que debería dar la última y debida lección a todos los españoles, sobre todo, a los familiares de los 42.000 muertos. Debe reconocer el error y debe explicarlo. Lo que la persona del Sr. Illa se merece es decir todo lo que sabe y presentar su dimisión, pues ya ha encauzado la solución del problema. Ni más ni menos exige su dignidad personal y la de nuestra sociedad.