Resulta difícil, tras muchas décadas de identificar la idea de progreso con la expansión de la ciudad y de las infraestructuras, comprender que esa vieja cosmovisión está llegando a su fin. En los tiempos de la disminución de las fuentes de energía más eficientes, las fósiles, y del final de la globalización tal y como la hemos entendido desde finales del siglo pasado, el progreso de las ciudades y de los pueblos tiene que ver con la relocalización de su economía y la cercanía de la producción de sus alimentos, así como con la disminución progresiva del consumo de energía.

Este importante proceso se llama Transición Ecológica, tan relevante que el Gobierno del PSOE, con clara visión del futuro inmediato, le ha dedicado un ministerio, desde el que habrá mucho que decir y que hacer. La transición tendrá que luchar contra poderosas inercias, pero la ciudad sostenible cuenta con decenios de experimentación de urbanistas, ecólogos y sociólogos que han establecido las bases para la transformación necesaria hacia una urbe más amable y habitable. En síntesis, se trata de primar la movilidad peatonal, la escala humana, la vida cotidiana en los barrios y la permeabilidad urbanística con el territorio circundante, de manera que en lugar de ser la ciudad un modelo que siempre tiende a expandirse, pasa a ser un ecosistema en diálogo e interacción con el espacio natural o rural que la rodea.

La evolución hacia la sostenibilidad y la Vida Buena urbana pasa por potenciar los corredores verdes, senderos de naturaleza que facilitan la movilidad de los organismos vivos entre hábitats y que introducen una mayor biodiversidad en la ciudad y, a la vez, expanden la experiencia del urbanita hacia el territorio a través de vías ciclistas, paseos y recorridos seguros, agradables y tranquilos. Esta concepción de los corredores verdes ya se introdujo en el planeamiento de ciudades europeas como Copenhague con su Fingers Plan de 1947 o Estocolmo con sus Green Wedges de 1952. En este contexto, más vigente que nunca, Valencia se sitúa como una urbe privilegiada, pues tiene cuatro oportunidades de conectarse con su entorno natural: al Norte con l´Horta Nord, al Oeste con el Parque Fluvial del Turia, al Sur con el Parque Natural del Saler y la Albufera y al Este con el mar Mediterráneo. Asimismo, cuenta ya con un gran conector verde: el parque urbano del viejo cauce del rio Turia que cruza la ciudad de Este a Oeste, pero que debe mejorar su conexión con el Parque del Turia y sobre todo debe, necesariamente, llegar al mar.

Quizás sea precisamente la conexión ciudad-huerta nuestra gran asignatura pendiente. Hemos pasado de la ciudad fortificada medieval que perduró hasta finales del siglo XIX, al crecimiento desbocado del siglo pasado, para encontrarnos ahora en una situación de impasse. De momento hemos parado el crecimiento -que ya no es necesario por razones demográficas y de inevitable ralentización del desarrollo-, pero las vías rápidas de las rondas impiden cualquier posibilidad de conexión entre la ciudad y la huerta, y representan un fuerte impacto ambiental. Un urbanismo que plantee recuperar nuestro vínculo histórico con ella será un verdadero ejemplo de progreso.

Ante esta situación ha surgido una iniciativa vecinal con clara vocación de iniciar el necesario diálogo huerta-ciudad: «Benimaclet Porta a l´Horta», una nueva forma de hacer urbanismo que busca priorizar la recuperación del paisaje y del territorio. Para ello, esta iniciativa propone en los terrenos del polémico PAI Benimaclet Este el soterramiento de la Ronda Nord entre los caminos de Farinós y de les Fonts. El espacio ganado se destinará a crear un ecotono -espacio de transición entre dos ecosistemas diferentes- estructurado sobre el parcelario, los caminos y el sistema de riego originales, suponiendo una verdadera transición ciudad/huerta tanto a nivel ambiental, como paisajístico y funcional. Los terrenos situados en ambos extremos, al Norte y Sur del espacio central de transición, tendrían un tratamiento diferente: contendrían edificaciones con una densidad reducida que permita que la ciudad se vaya diluyendo al entrar en contacto con la huerta.

En definitiva, crear una puerta de entrada de la ciudad a la huerta y de la huerta a la ciudad, recuperar el vínculo de Valencia con su entorno primigenio que fue el origen de su nacimiento.