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Lo ocurrido con J.K. Rawling, la más que afamada autora de los libros de Harry Potter y lanzada ahora a los leones por una carta abierta contra la intolerancia „suscrita junto con centenar y medio de profesores, ensayistas y escritores„ es un episodio más de esa especie de inquisición convertida en olimpo que ha llevado el mundo académico e intelectual a la época de la caza de brujas emprendida por el senador Joseph McCarthy a mediados del siglo XX. Si se trataba entonces de ver comunistas en cualquier rincón en el que asomase la menor crítica contra el sistema, ahora es el puritanismo sexual extendido a todas sus muchas variantes el que impera.

En cierto modo, cabría pensar que la caída al vacío de Woody Allen y Plácido Domingo „por citar sólo dos ejemplos„ va de lo mismo pero al menos en esos y otros casos se les acusaba, con pruebas o no, que tampoco vamos a detenernos en nimiedades, de haber forzado la voluntad ajena. Pero de lo que se acusa a Rawling es de expresar una queja tachándola de mantener una postura contra los transexuales. Como no he leído la carta abierta que ha dado paso a convertir a la madre de Harry Potter en una apestada, no sé si los acusadores tienen o no razón en ese aspecto. Lo que me interesa es que hoy basta con expresar una crítica hacia la intolerancia por parte del pensamiento políticamente correcto para arruinar por completo una carrera literaria.

Algo en verdad sorprendente porque la calidad de las obras de Rawling sigue siendo la misma si se manifiesta contra los transexuales, los divorciados o los hinchas del Real Madrid, aunque en los dos últimos casos no le hubiese sucedido nada. Volvemos a la discusión eterna acerca de las relaciones que existen entre literatura y ética, con la novedad de que ahora los valores morales son propiedad exclusiva de los colectivos que han puesto en marcha movimientos como el Me Too.

Es de suponer que muchos de los acosadores de Rawling hayan leído también a Lovecraft, y quizá incluso lo consideren, como es mi caso, un genio literario. Lo que quizá no sepan es que, como persona, era un ser despreciable que pateaba a los mendigos por puro odio hacia la miseria. Pues bien, no creo que ninguno de los mitos de Cthulhu, o la maravilla que supone esa continuación de Poe que lleva el título de En las montañas de la locura „leí el libro de una sola tanda, saltándome una comida familiar„ se vean afectados en absoluto por las barbaridades personales de Lovecraft.

Pero a Rawling se la arroja al abismo por expresar una opinión, si es que la ha expresado. En consecuencia, queda claro que la censura ha vuelto entre nosotros a una escala tal que ni siquiera soñaron desde los dictadores de poca talla „como Franco„ a los gigantescos „como Stalin. Tomen nota la próxima vez que les digan que existe la libertad de expresión.

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