Llevo desde niño, ininterrumpidamente, acudiendo a Mestalla; cincuenta años defendiendo unos colores que siento en la sangre. Reconozco que durante esta temporada, por primera vez en mi dilatada historia valencianista, he pensado que quizá era el momento de abandonar una nave, un proyecto, que ya no tenía nada que ver con los sentimientos valencianistas que me fueron calando desde pequeño. Hace un año volví a recobrar la ilusión como valencianista gracias al partido de las Estrellas y a la consecución de la octava Copa del Rey. En ese momento, ingenuamente, pensé que, por fin, el Valencia CF volvía a la senda de la sensatez capitaneado por Marcelino y Mateu Alemany. Por desgracia, las decisiones del máximo accionista y las provocaciones de los que lamentablemente dirigen el club me han llevado a plantearme que ya está bien, que quizá mi sueño de niño se ha terminado. Me he sentido insultado y avergonzado cuando he visto cómo se ha hecho callar desde el palco a toda una afición o se ha llamado a nuestro campo badulaque. Indignación es lo que he sentido cuando recientemente desde la familia de Lim se nos ha dicho que el club es de ellos. Los valencianistas, con el paréntesis de la etapa de Marcelino, hemos vivido durante la última década una melodía encadenada de desaciertos constantes por parte de los actuales dirigentes. Durante el confinamiento, sin poder acudir a Mestalla, en más de una ocasión he pensado que probablemente el enfermo se va a morir y que la desaparición del Club de Mestalla está a la vuelta de la esquina.

En las últimas semanas estamos asistiendo a un intento de revolución, a un grito desesperado por renacer, quizá a una última reacción. Al olmo seco y centenario, hendido por el rayo, algunos brotes verdes le están saliendo. Personas no contaminadas por el pasado están comenzando a escribir, a pensar e incluso a actuar. Los medios de comunicación, que hasta ahora eran muy tibios con la situación, comienzan a reaccionar unidos. Tenemos que convencer, animar o presionar para que el Sr. Lim deje de ser propietario de la mayoría accionarial, no queremos señores feudales dirigiendo el club. Para ello, los valencianistas deberemos mojarnos económicamente en la medida de nuestras posibilidades. Hay que buscar alternativas que democraticen el club y nos devuelvan el prestigio. Tenemos que dejar de ser el hazmerreír en el mundo futbolístico.

Ahora es también el momento de los políticos que parece que salen de la anestesia en la que se encontraban con respecto a este tema. El incumplimiento de los plazos fijados en la ATE podría llevar a la demolición del vergonzante coliseo de Corts Valencianes o a sacar las obras a concurso. No se puede permitir que los vecinos de Benicalap sigan sin el polideportivo pactado, no se puede admitir la indefinición en la que queda el viejo Mestalla. ¿Dónde está el hotel prometido en la avenida de Aragón? La ley es igual para todos: valencianistas y no valencianistas. En España se cumplen las obligaciones, por tanto hay que exigir. Ha habido un claro incumplimiento de los compromisos pactados con nuestras autoridades, que, ejerciendo su responsabilidad, deberían reclamar su cumplimiento exigiendo la Resolución de la Actuación Territorial Estratégica.

El club como entidad valenciana es uno de los grandes referentes de nuestra historia colectiva, nos corresponde a los valencianistas intentar reflotarlo. No podemos seguir esperando que otros nos saquen las castañas del fuego. Seguir en la situación actual significa desafección y nos condena a la desaparición como entidad. Mirar al pasado sin un futuro prometedor no nos servirá de nada. Debemos intentar luchar por recuperar nuestro club y, por lo menos, si cae, que no sea por nuestra desidia.