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Alfons Garcia

A vuelapluma

Alfons Garcia

El niño que miraba el mar

El niño que miraba el mar, de Aute. Pasa una y otra vez por mi cabeza en este extraño verano, que es como los de antes, de ganarle la partida al calor en casa, buscando el mejor rincón en cada momento. Veo al chico que se sentaba debajo de la ventana fresca a leer a Marsé, Hortelano y otros libros de saldo cazados en la última feria del libro viejo. Veo las noches estrelladas, de ensueño, esas en que el calor da un respiro, el cansancio se evapora y descubrimos los primeros besos al lado del mar mientras el tiempo se para y todo parece posible. Todo será diferente al final del verano, una vida nueva empezará. Este verano es así, como todos, con el anhelo de un nuevo horizonte al final de las vacaciones y es, sin embargo, diferente, con el temor pegado al cuerpo por una nueva oleada del virus.

La inestabilidad, que antes atribuíamos a la política, ahora se ha adueñado de nuestra vida diaria. Sin saber cómo, nos hemos visto dentro de unas arenas movedizas, como en las viejas películas de Tarzán, y no terminamos de encontrar tierra firme. Quizá es un mensaje para el futuro. De momento, la normalidad es sobre todo incierta. ¿Qué nos queda?

Escribir es un intento por ordenar el mundo, buscar un sentido a los hechos. La vida es casualidad, azar y capricho, y la escritura (y la lectura) es causalidad, lógica y orden. Por eso la tendencia tan posmoderna a hilar relatos en la política y la pedestre actualidad. Sin narrativa no entendemos esta existencia extraña. Pero todo se mueve tanto que trenzamos historias en demasiadas ocasiones aparcando la perspectiva histórica. Europa parece en riesgo estos días por el presupuesto de reconstrucción. Sin embargo, Europa es mucho más de lo que pueda suceder en un cónclave de 27 gobernantes. Nos jugamos bastante, pero tampoco nos pongamos estupendos. Una historia de siglos no se dilapida un fin de semana de verano. Que por el ansia de un relato que justifique a cada mandatario, no nos traten como niños. No hay acuerdo sin cesiones. Y esperar una lluvia de millones sin condiciones es querer despistar a la ciudadanía. Lo que hay que exigir son unas condiciones lógicas, las normales entre socios, como verificar a qué se destina el dinero, pero no enviar hombres de negro a intervenir cuentas ni imponer reformas desde la altanería insolidaria de una Europa timorata. Las restricciones han de venir por un ejercicio de responsabilidad de los gestores. Por eso es insensato que algunos políticos del dolido Sur difundan la idea de que se puede gastar sin límite mientras los ingresos propios descienden. ¿Quién haría eso en su casa?

La mejor presión que este país puede hacer ante el resto de Europa es exhibir que es capaz de estar unido, como ensayó el jueves en el homenaje de Estado. Decir que este país es el más polarizado del mundo es una exageración insostenible que solo busca el alarmismo. Los relatos no son los hechos.

Y lo mejor que la sociedad valenciana puede enseñar es que es capaz de unirse para la reconstrucción. Los partidos andan estos días en esas cuitas en las Corts. Creo que incluso al PP valenciano le interesa mostrar en este momento un perfil moderado y pactista. La izquierda debería realizar un esfuerzo para incluir a todos. Ceder es avanzar. Más que nunca. Una imagen de solidaridad política y social sería no solo la mejor carta de presentación ante el dinero europeo, sino un mensaje a la ciudadanía valenciana cuando el temor continúa pegado a los cuerpos. Queda mucho para elecciones. Habrá tiempo de peleas.

Por estas riberas no hay malecones como los de Aute, así que solo espero sentarme también una noche de verano en el pretil de un paseo, frente al rumor del mar. Solo para comprobar que no he perdido la capacidad de soñar. Que el verdugo de aquel niño anda aún lejos.

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