Un experto virólogo, George Klein, señaló hace unos años que el más torpe de los virus era mucho más inteligente que el más listo de los virólogos. Esa frase que podría parecer exagerada, no lo es al albur de lo que estamos experimentando en el mundo. Es evidente que el problema de la salud es global. Lo que pasa en cualquier parte del planeta acaba afectándonos a los demás.

Iniciamos la desescalada con optimismo volviendo a nuestra costumbre de pasear por la ciudad, tomarse un aperitivo o encontrarse con amigos.

Pero los expertos temían que la liberalización del movimiento de las personas podría generar rebrotes por mor de la dificultad de impedir o controlar la distancia social y el uso de mascarillas. Por desgracia ese temor se está manifestando a tenor de los nuevos casos de contagio que se están produciendo.

Por la información que tenemos, la mayoría de los brotes se están produciendo mayoritariamente entre jóvenes, por reuniones un tanto descontroladas, y de ahí seguramente pasa al entorno familiar más cercano, sobre todo si hay celebraciones o actos de más de 20 personas.

Confieso que cuando paseo por Valencia veo a la mayoría de las personas respetando las normas, incluso la población más joven. Pero parece que cuando la gente nos agrupamos perdemos lo que podemos llamar «el centro de gravedad permanente», por recordar la canción de Franco Battiato.

Y tratando de entender el porqué de esta actitud me doy cuenta de la dificultad que entraña. Llevar mascarilla y mantener distancias es la antítesis de lo que se requiere para poder ligar. Con mascarillas todos somos iguales y a dos metros de distancia ni siquiera un filósofo empirista radical mantendría sus ideas sobre la importancia de los sentidos. Reconozcámoslo, el mercado del ligue exige mucha visibilidad y cuanta más cercanía mejor.

Sería oportuno que nosotros entendiéramos esta necesidad un tanto exhibicionista de los jóvenes y que a cambio ellos tuvieran presente el dilema existente entre la libertad individual y el respeto de lo colectivo. Si buscamos una palabra que pueda servir como base de nuestra conducta quizás podría servir la reciprocidad. Son muchos los filósofos que nos la han explicado, al decirnos que no debemos hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Hasta ahí está todo claro.

El problema surge cuando uno tiene la certeza de que lo que haga con su vida privada no le interesa a nadie. Pero esta actitud que es legítima tiene sus limitaciones y se conoce como el «principio del daño». Lo describió en el siglo XIX John Stuart Mill. Básicamente se trata de que uno debe ser libre de hacer lo que quiera mientras sus actos sólo le afecten a él. Pero se pueden prohibir aquellos comportamientos que, dañen o amenacen con dañar, a otras personas. Y con el COVID presente en nuestras vidas es evidente que el daño a terceros existe. No es sólo un daño vinculado con la salud, es también un daño económico que para muchas personas puede suponerles la ruina.

La Generalitat Valenciana ha puesto en marcha un Comité Científico encargado de asesorar al president Ximo Puig en relación con la evolución de esta pandemia y con las decisiones que se están tomando. Como cada miembro de este Comité es especialista en una materia distinta la verdad es que he aprendido mucho de estas reuniones semanales. Lo principal que era controlar la pandemia ya se hizo gracias al trabajo enorme de los profesionales de la salud y de los responsables políticos. Es fácil escribirlo, difícil vivirlo.

Ahora podemos perder todo lo conseguido por determinados comportamientos poco adecuados. Si hablamos de actos, hablamos de acción y de crear hábitos de comportamiento. Lo que necesitamos es que los jóvenes entiendan ese «dualismo de la razón práctica» que consiste en saber compaginar los intereses individuales con nuestra vida en sociedad y con los límites que esta nos impone. Es un dualismo difícil de aplicar porque cada uno puede poner el listón donde quiera. Pero cuando están en juego las vidas y la economía de muchas personas entenderlo no debería ser tan complicado.

Necesitamos actuar todos como si nuestros actos hicieran la diferencia, porque como el pragmatismo nos enseñó, realmente la hacen.