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La plaza y el palacio

Elecciones: ha pasado mucho, pero tengo poco que decir

He leído con atención algunos análisis de resultados electorales en el País Vasco y Galicia. Con unos coincido, con la mayoría no. Ello se debe, en gran medida, a dos fenómenos de largo alcance. Uno es la emergencia, junto al periodismo de información y el de opinión, de un vigoroso periodismo de especulación, que a partir de algunos datos irrefutables proyecta hipótesis que se espera que sean aclamadas como verdades irrebatibles; y, todo ello, para llevar ascuas a sardinas preconcebidas. Otro es la reducción de militancias, cada día peor formadas, a la dichosa tarea de frecuentar redes sociales para difundir que todo es bueno para los suyos y esquivo para los otros -"tuiteros" oí calificarles con afortunada facilidad a una sindicalista-. Esta mecánica combinada a veces acierta, como los relojes parados, pero es otro factor de polarización social y política que tan poco interés tiene como mal esparce. En unas Elecciones como las de ahora la cosa se dispara porque sirven para efectuar extrapolaciones abusivas.

Desde mi punto de vista estos comicios -aparte de evidenciar la necesidad de regular el voto de enfermos infecciosos- apenas si aclara nada para el futuro, o, al menos, nada de lo que más se ha pregonado. Alabo, no obstante, la temeridad de los pregoneros, dado que se abre el periodo más incierto y convulso de la democracia hasta el siguiente momento electoral -y muy malo sería que se acortara-. Esto es lo único cierto: la complejidad se incrementa y, con ella, la incertidumbre. Desde ese punto de partida, me atreveré a formular algunas ideas hipotéticas que espero sean consideradas como inservibles por todos los perseguidores de certezas, ya que, ahora, poseer esas certezas es el mejor sendero para la gloria del futuro error.

1.- Precisamente el electorado busca la estabilidad, por encima de cualquier otra consideración. Ninguna aventura se premia. Lo que sucede es que desde muchos lugares de España no alcanza a entenderse que nacionalismos periféricos, o versiones identitarias del autonomismo, son los garantes de esa estabilidad. Porque aportan cohesión, un suelo de consenso básico compartido ampliamente que favorece lenguajes y expresiones culturales de encuentro. Ello se verifica en la existencia de sistemas propios de partidos, sistemas "nacionales", sin que nadie se escandalice. Y nacionales en cuanto que incorporan significados de una intensidad que rebasan mera adhesión formal a unas instituciones. Igual sucede en la mayoría de CC.AA., sólo que allí la base de consenso identitaria la proporciona el nacionalismo español. Pero como eso es "normal" para la mayoría, no se aprecia. Plantear el futuro en términos de choque de identidades, en un Estado destinado al temor a la enfermedad, al paro y a la desigualdad, es tétrico. Reformular proyectos de convivencia compartidos, plurinacionales y federales es lo más sabio. Lo sería también con otros resultados: estos lo confirman.

2.- En este esquema el PNV se convierte en el principal enemigo ideológico del soberanismo catalán. Y, si me apuran, Bildu y el BNG también. Tras lo sucedido en Catalunya y con el horizonte de "covid normalizado", asegurar para tu país derechos, bienes y cohesión es lo único sensato. El soberanismo catalán tiene difícil retroceder, pero a ver qué hace para avanzar: comer banderas es indigesto y negociar acceso a vacunas o entrar en el reparto de fondos de la UE sería una tarea compleja para el robinsonismo esencialista, por democrático que fuera. Felicitar a la vez a Bildu, PNV, BNG, Junts per Catalunya y ERC es un absurdo, se haga desde la Comunidad que se haga. No ayuda a la recomposición ideológica y política de nada, ni al autogobierno, desear referéndums para poder perderlos con la cabeza bien alta y dejar a la sociedad enferma, asustada y más dividida.

3.- El resultado de Unidas-Podemos es terrible. Desde la debacle de UCD -en situación histórica bien distinta- no se había visto nada parecido: tiene mérito pasar de 14 a 0 en circunstancias relativamente favorables. La tendencia general al descenso es palpable. O, al menos, no hay razón alguna para el optimismo. Es penoso insistir en las causas: cainismo extremo, incapacidad para encontrar ratos libres para generar estructuras estables de dialogo con la ciudadanía€ Diríase que, a fuerza de querer ser modernos, incluyeron en su disco duro mecanismos de obsolescencia programada. Pero más importante es que el hundimiento de las "Mareas" supone el despido casi definitivo de las llamadas "políticas del cambio" que, desde aquellas famosas acampadas, a base de ampliar contenidos, símbolos y relato, generaron alianzas poderosas que sirvieron para acabar con el bipartidismo y para abrir las agendas políticas a nuevas temáticas e iniciativas. ¿Ha concluido un ciclo? A mi modo de ver sí. Y más en este momento en que hay que reinventar los discursos y redirigir la rabia extrema que asistirá a muchos ciudadanos despeñados por la escalera social. (Especial interés tiene esto para Compromis: sus referentes últimos eran las Mareas y no el BNG. Compromis es -junto a Colau en Barcelona- el mayor experimento de éxito de las políticas del cambio en España. No auguro un hundimiento, pero sí problemas si se empeñara, en lugar de reinventar estilo, relato y proyecto, para profundizar en el cambio y apuntalar el Botanic, en mirar hacia las CC.AA. que tienen un sistema de partidos propio: la baza nacionalista prioritaria aquí, en este esquema, sigue teniendo muy poco recorrido. El feijooísmo de izquierdas es ya una fantasía demasiado complicada. Y, afortunadamente, Compromis no tiene el pasado de Bildu).

4.- Quien frena a Vox no es la izquierda vociferante sino un centro-derecha moderado. Obsérvese que no digo que es la derecha y no la izquierda quien para a Vox. Si la izquierda no gobierna, Vox, en muchos lugares, gobierna en las tribunas, en los púlpitos o en las sombras. Pero eso es porque la inutilidad de las direcciones del PP y, hasta hace poco, de Ciudadanos, es clamorosa. Sin embargo, buena parte de la izquierda prefiere seguir afirmando su identidad y encuentra en un adversario tan obvio una bonita bendición que le permite regocijarse en las cuestiones que más molestan a la ultraderecha€ y más le hacen crecer, en lugar de estar más pendiente de las que interesan a la mayoría de la población, incluidos los jóvenes. No nos la vamos a jugar en el terreno de los relatos abstractos, sino en la de la economía. También aquí hay que decir que no sólo de banderas vive el hombre y la mujer, etc. Eso tendrán que aprenderlo las militancias -no sólo algunas fracciones de líderes y de gobernantes-, también esas que entretienen sus ocios merodeando por las redes, e, incluso, algunos redactores de prensa.

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