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De no vivir momentos tan confusos, la noticia de que los teléfonos móviles de Roger Torrent y Ernest Maragall han sido pirateados por medio de una herramienta informática de espionaje habría causado un cataclismo político. El presidente del Parlament de Cataluña y el exconseller del Govern catalán son miembros de la cúpula de Esquerra Republicana de Catalunya, sostén parlamentario del Gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos y, por tanto, protagonista principal del escenario político español hasta que el coronavirus mandó al trastero todo lo que no tuviese que ver con la pandemia.

Se ha sabido mucho de ese espionaje, incluso que el medio de pirateo fue con toda probabilidad el programa Pegasus de la empresa israelí NSO. Pero lo que no se conoce es quién contrató los servicios de ese proveedor, no sé si de herramientas informáticas o de material de contrainteligencia que en este caso se dan la mano. Las sospechas han recaído en el antiguo general Félix Sanz, director del CNI entre 2009 y 2019, con quien los afectados, Torrent y Maragall, han anunciado que van a querellarse. Pero yo no pondría la mano en el fuego avalando tal hipótesis porque los adversarios políticos de Esquerra son muchos y, entre ellos, los más notables no tienen tanto que ver con Madrid como con Waterloo. En cualquier caso, para tirar de la manta mostrando quien se esconde bajo ella ni siquiera sería el CNI el principal sospechoso sino el Gobierno que manda y ordena en la contrainteligencia española. Y si el pirateo de los teléfonos se produjo en 2019, resulta que quien ocupa la presidencia desde el día 1 de junio de 2018, fecha en la que culminaron los frutos de la moción de censura, es Pedro Sánchez. El sudoku político no puede ser más interesante si fue él quien decidió ponerse a fisgar en el patio trasero de Esquerra Republicana de Catalunya.

El episodio me ha recordado las evidencias que conocemos sobre el espionaje, procedentes -las mejores de ellas- de las novelas de Le Carré. Parece que ni Torrent ni Maragall las han leído porque, de lo contrario, sabrían que en los momentos más delicados se aplican las denominadas por el autor como "reglas de Moscú". Son el resultado de la paranoia extrema aplicada al mundo del espionaje y el contraespionaje pero funcionan. Consisten en dar por supuesto que el adversario se enterará de cualquier paso que des si este es público como, por ejemplo, cuando se utilizan transmisiones por radio. En el mundo de Smiley, el personaje carismático de Le Carré, no existían todavía los teléfonos móviles con WhatsApp pero, de haberlos, entrarían en la primera línea de los medios que no se pueden utilizar en modo alguno bajo las reglas de Moscú porque es seguro que le vas a abrir la puerta a tu enemigo. De la manera como lo hace Pegasus.

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