Hace veinte años todavía era frecuente llevar a revelar los negativos de las fotografías. Recuerdo aquella incertidumbre de no saber cómo había salido la imagen, pero no quedaba otra que confiar en aquel proceso químico que graba la luz en el negativo. Hoy, al sacar una foto, no solo podemos ver el resultado en el momento, sino que también la podemos publicar inmediatamente en las redes sociales o enviar por una aplicación de mensajería. La fotografía hoy es algo tan fácil e inmediato que utilizar carrete sería, por fuerza, un acto nostálgico.

La fotografía no es la única que se ha digitalizado en las últimas dos décadas. Hoy les enviamos playlist a nuestros amigos en vez de grabarles radiocasetes con canciones de la radio. Lo contrario nos resultaría absurdo a no ser que tuviera una intención más allá del propio audio. Adaptamos la forma de organizar nuestras vidas a la tecnología de los tiempos. De hecho, gran parte de la actividad de las empresas durante el confinamiento ha sido posible gracias a los medios disponibles.

Sin embargo, algunas de nuestras máquinas parecen permanecer inmutables. La democracia, por ejemplo, sigue funcionando prácticamente igual hace un siglo. Mientras que otras instituciones económicas o científicas se han adaptado y han aprovechado los beneficios que les ofrecen los nuevos medios, esta parece haberse estancado en sus procesos formales, que en comparación, nos parecen cada vez más lentos e inefectivos. Mientras que ahora repetimos al instante una foto errada, si nos equivocamos en democracia tenemos que esperar cuatro largos años para poder rectificar.

La estructura lenta y pesada de la democracia actual me recuerda a aquel sistema operativo MS-DOS de los 80 en el que teníamos que pasar una hora introduciendo comandos para hacer una sola línea. Afortunadamente, Apple no tardó mucho en crear la interfaz gráfica de usuario, con sus cómodas ventanas e iconos, que, aunque no cambiaron la estructura fundamental de la computadora, le añadieron una capa más humana y dinámica que revolucionó la forma de usarla. Ya no era el usuario el que se supeditaba al lenguaje de la máquina, sino que era la máquina la que se adaptaba al lenguaje físico y visual del ser humano, lo que favoreció una interacción más espontánea entre nosotros y la máquina. La democracia, al igual que la informática, también se basa en la interacción con los diferentes sistemas (legislativos, ejecutivos, judiciales, económicos€), e igualmente debería ser ágil y espontánea. Debería ser la democracia la que se adapta a los ciudadanos, y no al revés como nos parece tantas veces.

La democracia, al fin y al cabo, no es más que el resultado de la voluntad de una comunidad de personas que quieren organizarse y tomar decisiones colectivamente. Pero para ello tienen que crear unas reglas lógicas que les permita hacerlo. Poco a poco irán creando una maquina burocrática e institucional que combinará diferentes engranajes, tales como asambleas, congresos, consejos, juntas€ o lo que quiera que sea lo que reúna la voluntad colectiva. Crean una máquina para liberarse con ella, para distribuir los bienes sociales de forma justa, para colaborar de forma solidaria€ No para encadenarse en sus procesos, para quedar inmóviles sin saber qué hacer cuando las cosas van mal, esperando a que se cargue la aplicación. Si queremos volver a ser protagonistas de nuestra libertad y las decisiones que tomamos en comunidad, los mecanismos de propuesta, discusión y votación deberían ser tan inmediatos, fáciles y accesibles como, por ejemplo, los de la actual fotografía actual.

Con el tiempo nos hemos dado cuenta que la esencia de la fotografía no estaba en el papel de plata, el carrete, los químicos, las oscuras habitaciones de revelando, ni aquella incertidumbre que sentíamos al disparar. La esencia de la fotografía estriba en captar la luz de un momento elegido, una historia, un sujeto, un objeto, etc. Todo lo cual ha permanecido invariable, aunque el proceso haya cambiado completamente. De igual forma, la esencia de la democracia tampoco son las elecciones cada cuatro años, los partidos políticos, las asambleas nacionales, ni los aburridos debates de los diputados, que no son más que parte de un proceso democrático formal. La esencia de la democracia es que las personas sean capaces de gobernarse a sí mismas tanto individual como colectivamente, lo que se logra a través de una fluida comunicación de los ciudadanos tanto entre ellos como con la maquinaria del Estado. Pero si todos estos anquilosados procesos ralentizan esta comunicación y alejan a los ciudadanos, entonces deja de ser democracia. Entonces es sólo otra cadena más.