Resulta que la Administración está dudando si incluir las asignaturas de Griego y Latín en la nueva reforma educativa; de hecho, no ha tenido a bien ni siquiera citarlas como materias en el nuevo borrador de la LOMLOE (un error, dicen, que subsanarán —esperemos—). Parece un déjà-vu. Cada nueva reforma, un nuevo combate contra la sinrazón de quienes, en vez de asentar los pilares de la formación de las personas, se dedican a dilapidar los cimientos más elementales.

Al final uno llega a la conclusión de que se trata de prejuicios, es decir, de opiniones o decisiones realizadas sin conocimiento, generados por personas que muestran tener capacidad más para legislar que para educar. Pero —y esto es lo más grave, si no lo más temible— a este prejuicio institucional se unen otros de carácter social.

Los profesores de latín casi a diario tenemos que lidiar con comentarios que, aunque no son pronunciados con maldad, sí muestran cierto grado de ignorancia e impertinencia, del tipo: «¿Latín€ y eso se sigue dando? ¿Y eso para qué sirve? ¡Qué friquis sois!» La última vez que me hicieron la primera pregunta (¿y eso se sigue dando?) me la hizo la gerente de un banco después de haberle dicho que era profesor de latín. La pregunta —asentirán conmigo— está totalmente fuera de lugar, porque es obvio que, si digo que soy profesor de latín, es porque el latín se sigue dando y al hacérmela está denotando —seguramente sin mala intención— su desprecio por aquello a lo que me dedico. A la segunda pregunta (¿y eso para qué sirve?), depende de quién me la haga respondo una cosa u otra, pues es tan amplio el abanico de ventajas de estudiar latín, que cualquier posible crítica halla un argumento de peso que la contradice. Y cuando me llaman friqui suelo sonreír y callar o directamente ignorar a la persona que me lo ha dicho.

Jamás le he insinuado a nadie que es una tontería o no vale para nada aquello a lo que se dedica, porque si lo hace tendrá sus motivos, y, si yo no veo claros esos motivos o no los comprendo, callo y otorgo, pues debemos ser conscientes de nuestra propia ignorancia. Parece ser que en el ser humano está implícita la crítica destructiva y el desprecio por lo desconocido, la esencia misma de los llamados haters de las redes sociales. Cada vez estoy más seguro de que las fobias se curan con educación, una educación fundamentada en la base de las Humanidades, que te lleva a no despreciar ninguna cultura ni ninguno de sus aspectos y te hace valorar las culturas pasadas que han conformado nuestra sociedad actual. El problema aumenta cuando es en el propio sistema educativo donde se encuentran esos prejuicios. Al menos en mis clases me siento comprendido y nunca prejuiciado porque mi alumnado, que al fin y al cabo es lo importante, se presenta ante el latín con curiosidad y ahí en parte radica la belleza de la enseñanza, poder transmitir conocimientos sin tener para ello que luchar contra los prejuicios.