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Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar

¿El sistema científico reconoce la transferencia que genera valor económico en detrimento de la que genera valor social? ¿Reconoce más la transferencia que realizan los científicos en detrimento de la que lideran las científicas?

No es ninguna novedad que la desigualdad entre mujeres y hombres es un hecho social enraizado en nuestras estructuras económicas, culturales y organizativas. Tampoco lo es que esta desigualdad forme parte del sistema científico, un ámbito en el que, supuestamente, la carrera profesional se rige por los principios del mérito y la capacidad. Precisamente por ello, los indicadores de desigualdad que se observan en las universidades adquieren, o deberían adquirir, una mayor trascendencia pues si las desigualdades entre mujeres y hombres no solo persisten, sino que se reproducen en un entorno laboral en el que la meritocracia es el criterio que rige el acceso y desarrollo de la carrera profesional académica, qué no pasará en otros nichos laborales menos regulados. Sucede, además, que salvando las singularidades de cada una de las profesiones, las lógicas que recorren la discriminación (indirecta) de género siguen un mismo patrón. Para estas, bien se podría aplicar lo ya recogido en el refranero castellano: «cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar».

En las últimas semanas la comunidad universitaria ha conocido los resultados del denominado «tramo de transferencia». Esta es una (nueva) evaluación que persigue medir la contribución (los méritos) de las investigadoras e investigadores universitarios en cuatro campos: transferencia a través de la formación del personal investigador; transferencia de conocimiento propio a través de la actividad con otras instituciones; transferencia generadora de valor económico; y transferencia generadora de valor social.

Los «pobres» resultados -menos de la mitad de las solicitudes han sido evaluadas positivamente- ya han sido resaltados por distintos agentes sociales y voces autorizadas. Pero si los resultados generales han sido calificados de «pobres», para las investigadoras han sido «demoledores» ya que, del conjunto de evaluaciones positivas, las científicas no alcanzan el 30%. ¿Significa que las investigadoras transfieren menos conocimiento a la sociedad que los investigadores?

La propia Agencia responsable de la evaluación ha anticipado los dos «cuellos de botella» que explicarían este desequilibrio. 1. Las investigadoras presentamos menos solicitudes de evaluación. Es cierto que la composición de hombres y mujeres en algunas áreas de conocimiento está muy desequilibrada pero los datos presentados hasta ahora muestran que incluso en áreas feminizadas (Ciencias de Salud, Educación o Ciencias Sociales) la concurrencia de las mujeres ha estado muy por debajo de su presencia en las universidades. No estaban todas las que son. El carácter experimental de esta evaluación, a la que le acompañaba una «pobre» guía de referencia, unido a que la autopromoción es menos habitual entre las mujeres, ha podido disuadir a las científicas que ajenas a las redes informales que se tejen en cualquier ámbito profesional esperan a disponer de unas «reglas» claras y precisas. 2. Las tasas de éxito entre las investigadoras es «demoledoramente» inferior a la de los investigadores. En término medio, la brecha de las evaluaciones positivas entre mujeres y hombres se sitúa por encima del 12%. La diferencia mayor (del 20%) se encuentra en el campo de Mecánica y navegación y la menor (5%) en el de Ciencias de la Educación.

Especialistas en la evaluación de políticas públicas de igualdad han anotado que estas diferencias no se pueden atribuir a los sesgos de género que inconscientemente operan en los procesos de evaluación, también en el sistema científico. Más bien la causa, o una de ellas, se encuentre en el modo en el que este proyecto piloto ha definido la «transferencia» y en el propio proceso de medición: ¿cómo han entendido, aplicado y medido las evaluadoras y evaluadores la transferencia en cada uno de los campos? Coincide que, por un lado, el mayor número de solicitudes de evaluación y el mayor porcentaje de evaluaciones positivas se concentran en campos científicos de Ciencias y Tecnología (Ciencias de la Naturaleza y Bioquímica, Ingeniería Electrónica y de Sistemas e Ingeniería Informática).

Por su parte, el menor porcentaje de evaluaciones positivas se sitúa en los campos científicos de Ciencias Económicas, Ciencias de la Salud y Ciencias Sociales y del Comportamiento. Los primeros, con mayor presencia de hombres, se asocian con actividades de transferencia generadora de valor económico (patentes, propiedad intelectual, registro de software?); los segundos, con mayor presencia de mujeres, con actividades de transferencia generadora de valor social. ¿El sistema científico reconoce, y premia, la transferencia que genera valor económico en detrimento de la que genera valor social?, ¿reconoce más y mejor la transferencia que realizan los científicos en detrimento de la que lideran las científicas?

Estos son algunos de los interrogantes que ahora habrá que dilucidar. Hipótesis para el estudio que se sustentan en el modo en el que el sistema científico moderno ha definido lo que es ciencia y conocimiento y que ahora, de no producirse una reflexión de calado, arrastrará a la definición de la propia transferencia. Nuestro modelo científico ha privilegiado las formas de conocimiento, y prácticas, ligadas al desarrollo tecnológico y beneficio económico apartando formas de conocimiento que han centrado su interés en la promoción del bienestar de las personas y la sostenibilidad social y ambiental.

Véase, por ejemplo, que actualmente la excelencia científica se mide con un sistema de valoración que procede, precisamente, del ámbito de las ciencias naturales y las ciencias puras. Resulta paradójico que la nueva evaluación que, por primera vez, contemplaba la transferencia generadora de valor social, la haya marginado. En un mundo complejo, incierto y en constante proceso de cambio, la utilidad de los resultados de las ciencias sociales y humanas es incuestionable. Ahora habrá que reconocerlo y no con el sistema de indicadores actual, cuestionado dentro y fuera del sistema científico, sino con indicadores que de forma creativa e innovadora, al tiempo que permitan evaluar la transferencia social de los saberes científicos (en plural), alcancen a medir la contribución real de las mujeres a la ciencia y a la sociedad.

La persistencia de la desigualdad de género, allá dónde se mire, debería no solo preocuparnos sino también ocuparnos porque el desarrollo y el bienestar de las personas, allá dónde se mire, pasa inexorablemente por reducir las desigualdades sociales y, entre ellas, el espacio que tozudamente sitúa a las mujeres y a los hombres en planos asimétricos, también en la ciencia.

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