La semana pasada acababa mi último artículo afirmando que fijar la experiencia de lo que nos ha pasado es un deber político crucial. Me apresuro a decir, con cierta satisfacción, que un actor político relevante lo ha cumplido en parte. Xavier Doménech, el recordado portavoz de En Comú Podem, ha publicado un libro interesante: Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017), en el que, además de mostrar su competencia como historiador de la España contemporánea, expone su lectura de nuestra reciente historia colectiva, su teoría del proceso constituyente de 1978 y su valoración de la evolución recentralizadora protagonizada por la doctrina del Tribunal Constitucional.

Estas páginas son de un gran interés y reflejan la mirada de un historiador competente que ha vivido una experiencia política de los dispositivos centrales del Estado. Estos dos estratos de su biografía le ofrecen a su escritura un tono realista que solo la vida más allá de las fuentes documentales puede entregar. A veces, el libro alcanza comentarios de una sorprendente agudeza y muestra la misma inteligencia que ya apreciamos en sus discursos parlamentarios. Quienes deseamos abrir el escenario político español a una evolución capaz de acompañar la vida histórica sin dogmas y sin traumas, debemos meditar profundamente sobre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa que nos propone en las páginas iniciales y en el capítulo final, que nos habla de los futuros (im)posibles que se abren ante nosotros.

Domènech describe «un proceso de comprensión de una experiencia vivida» y ofrece una «metabolización de esta experiencia». Comprende que la suya es fragmentaria y surge de una toma de distancia respecto de la política cotidiana. Podemos suponer cuál es su perspectiva. Confiesa que desea el reconocimiento nacional de Cataluña y una nueva concepción de España. Afirma, además, que el sistema político español no es viable sin un reformismo radical o un nuevo comienzo. Por supuesto, le doy la razón en esta posición, que procede de una asunción: nada se puede hacer sin que Cataluña exprese su voluntad política en libertad. Sin la cooperación de Cataluña, el escenario evolutivo de España queda estancado. La conclusión es que la Constitución del 78, que sólo tuvo eficacia por su aceptación en Cataluña, ya no tiene realidad política viva. Es una constitución de papel.

No podré desplegar en este artículo una conversación como la que merece este libro. Así que me centraré en una cuestión que me resulta relevante. Domènech afirma perentoriamente que «Cataluña no va a ser independiente». Esta no es una frase ligera. España ni se va a hundir, ni pactará la independencia, ni conocerá una rebelión catalana. El libro defiende lo que es razonable: a pesar de todas las sentencias del Tribunal Supremo, los hechos que condujeron al 1 de octubre de 2017 y a la DUI posterior, son testimonio de una voluntad de negociación de Cataluña. Con independencia de que esa voluntad se desplegara con inteligencia, yo creo que fue así. Siempre se quiso forzar al Estado a negociar.

Es cierto que forzar a negociar es una expresión un tanto cercana al oxímoron, pero todavía es más cierto que los juristas catalanes, y Domènech con ellos, sabían que una DUI situaba a los poderes catalanes al margen de toda legislación internacional. En realidad una DUI es un recurso al reconocimiento internacional que sólo se suele conceder entre Estados cuando se aprecia en un territorio un monopolio de la violencia legítima. Algo que Cataluña, desde luego, no tiene.

Sin embargo, cuando en estos días apreciamos que el legado del 15M se diluye, Domènech afirma que el legado del 1-O es sólido, intenso y lleno de potencia. El independentismo catalán no ha alcanzado su techo y no dejará de crecer. Por eso habla en presente cuando dice que «Cataluña se encuentra en el corazón de una crisis de Estado [€] que tiene que ver con el Estado en sí mismo». No es una crisis de sistema político, que podría cerrarse con un regreso al bipartidismo; ni de régimen, que podría cerrarse con una reforma del pacto constitucional, sino una crisis de Estado. Concierne a la soberanía. La conversación que Domènech narra con el jefe del Estado indica que eso es lo que está en juego. Pase lo que pase, si España vuelve a hablar de alguna forma democrática, ello implicará también que Cataluña hable de forma tal que exprese su soberanía material. Esto ya no puede ser de otra manera.

Esa es la energía perdurable de lo que sucedió en el 1-O. Esto significa de facto un cambio de poder constituyente respecto de la Constitución de 1978. Podría llegarse -algo que Domènech no excluye- a que el demos catalán pueda converger con el demos español. Pero ese acto político alteraría el sentido de la soberanía. Por supuesto, su análisis de Vox es que esta fuerza ha nacido para imponer un sentido restringido del demos español, en el que Cataluña no tenga voz. Y creo que eso es así. Pero no es solo Vox. Domènech afirma que nadie entre los políticos españoles, y por supuesto tampoco en el Estado, está preparado para este horizonte. La cita de Pi i Margall con la que comienza el quinto capítulo, dirigida al PSOE, que habla de «esos vacilantes federales que ven peligros en el principio federal mismo», es bien elocuente de que no cuenta con el PSOE. Lamento darle la razón de nuevo.

Cuando llegamos a este resultado, los futuros de salida que se pueden diseñar son posibles/imposibles. A pesar de todo, Domènech los expone. El sentido de las cosas que lo anima a hacerlo se ve claro en este pasaje: «Los políticos actúan sobre líneas de fuerza que no controlan y que son reales, y no una mera invención. Líneas de fuerza que hunden sus raíces en el tiempo y de las que a veces ellos no acaban de ser conscientes». Esa creencia en las fuerzas históricas despertadas en el 1-O da sentido a este libro que, como se ve, disminuye el papel de la autonomía de la política.

Quizá porque no lo tenga por relevante, no ha dado una narración de su abandono de la política activa. Me permitirá que en este punto no me muestre conforme, con todo respeto. Cualquiera que conozca la historia de España y de Cataluña tanto como él, puede encontrar ejemplos de fuerzas históricas que parecían irreversibles y que por la incompetencia de los actores políticos se disolvieron en la decepción, el caos y el aburrimiento. Quienes se atrincheran en fortines de frontera, incansables, esperan que esta vez ocurra lo mismo. Mi conclusión es que también las fuerzas históricas de fondo necesitan de la virtud política.