Los efectos de la pandemia han puesto de manifiesto las deficiencias de nuestros sistemas económico, sanitario y de protección social. La educación, a pesar de los intentos por edulcorar la realidad, ha quedado en evidencia tras este desastre sanitario. La legislación en esta materia, y sus enésimas modificaciones, no parece que vaya a mejorar mucho las cosas. Necesitamos cambios profundos en la educación española, pero ¿cuáles debieran ser las líneas rectoras de un buen sistema educativo que mire al futuro?

La educación, como proclama la Unesco, debe liderar la transformación de la sociedad al «promover los derechos humanos y la dignidad, erradicar la pobreza y lograr la sostenibilidad». También hemos de encarar, de forma solidaria, los retos de una sociedad, cosmopolita y plural, que combine lo local y lo universal y que atienda a las innovaciones tecnológicas y a las transformaciones humanas. El sistema educativo ha de ser un instrumento para el desarrollo de una ciudadanía responsable, igualitaria, solidaria, competente y capaz. Una tarea que debe potenciar y permitir de distinta manera la colaboración de la sociedad civil. En la Fundación Novaterra utilizamos la educación de manera inclusiva, ello consiste en hacer partícipes y generar oportunidades, en medio de situaciones personales especialmente complejas, lo cual nos permite construir una comunidad en la que todos aprendemos y todos nos responsabilizamos.

La educación debe atender principalmente a tres áreas: la competencia académica y tecnológica; la formación de una ciudadanía democrática y solidaria; y la compensación de las desigualdades sociales. En primer lugar, necesitamos un sistema educativo competente preparado para convivir con la inteligencia artificial, que aproveche sus sinergias mediante el desarrollo del pensamiento divergente, la creatividad y el aprendizaje a lo largo de la vida. La educación debe permitir la actualización de conocimientos y no puede limitarse a la formación inicial. En segundo lugar, mediante la educación, la ciudadanía debe aprehender los valores democráticos recogidos en la Constitución y los particulares del resto de conciudadanos como corresponde a una sociedad plural, con ello se procura la ampliación de nuestro horizonte axiológico (Gadamer) y la cohesión social. La educación ciudadana no puede ser objeto, solo, de asignaturas concretas. La transversalidad y la interdisciplinaridad son piezas claves recogidas en todas las legislaciones recientes si bien poco efectivas en la práctica.

Por último, la auténtica asignatura pendiente es la compensación. Los sistemas educativos, tal como están diseñados, son una fuente de desigualdad. En efecto, el alumnado que abandona de manera temprana el sistema, que suele corresponder a colectivos con más dificultades, es el que recibe menor presupuesto educativo (Piketty). A ello hemos de añadir la inversión educativa extraescolar que, en las familias pudientes, puede alcanzar valores de transmisiones inter vivos exentas de impuestos. La inequidad devalúa el discurso sobre la igualdad de oportunidades y el mérito, lo que convierte al sistema de ayudas al estudio, las becas, en una mera pantomima de beneficencia pública.

La escuela es, en potencia, un espacio para reequilibrar las desigualdades pero, para conseguirlo, hace falta otro modelo de escuela donde la comunidad educativa sea toda la sociedad. En la escuela deben estar implicados todos los que intervienen en el proceso educativo así como la política local, la administración de justicia, servicios sociales, sanitarios y la sociedad civil, para procurar entornos seguros y amables que ayuden a las familias a la conciliación y permitan un desarrollo educativo pleno de las nuevas generaciones. La escuela ha de atender, también, a una realidad que cambia muy rápido y, por ello, debe facilitar la reeducación, las segundas oportunidades. El esquema del sistema actual es caduco y recuerda a un árbol de Navidad donde, de un tronco central que va de la escuela infantil a la universidad, cuelgan variopintas ofertas educativas que, como la FP o las enseñanzas artísticas, adornan el conjunto pero impiden la adquisición de niveles superiores de cualificación profesional. El modelo a seguir debe ser como un cosmos donde, a partir de un núcleo central, haya una diversificación educativa que permita el desarrollo pleno y continuado de las capacidades y las competencias en cada momento de la vida.

Necesitamos, por tanto, un sistema educativo diferente porque la pandemia puede hundirnos en una nueva crisis de consecuencias incalculables o, también, puede ser una oportunidad para reconstruir la sociedad de una manera más adecuada. En tiempos de incertidumbre hay que definir prioridades y estrategias (Morin). Pues bien, las prioridades y estrategias para la reconstrucción han de partir de las necesidades de las personas más vulnerables, para que participen en unas comunidades renovadas y sea posible hablar de igualdad, de solidaridad y de comunidad. Para ello, es imprescindible el diálogo, la participación, la construcción colectiva, la responsabilidad y la interdependencia.