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La suerte de besar

Tres camisetas y un sujetador

"¿Es necesario invertir tiempo y energía en esto?" He aquí la pregunta de un compañero. Si la respuesta es sí, adelante. Si es no, mejor dedicarse a otra cosa. La cuestión da de sí en otros ámbitos

Un compañero de trabajo le tiene mucha querencia a la actitud de poner el foco en lo importante. Cuando coincidimos en una reunión, si alguien hace una propuesta, siempre pregunta si es realmente imprescindible invertir tiempo y energías en ese cometido. Si la respuesta es afirmativa, adelante. De lo contrario, mejor dedicarse a otra cosa. Gracias a esa manera de gestionar, sus equipos son más eficaces y eficientes. Básicamente, porque dedican parte del tiempo a preguntarse si lo que proponen es valioso, útil o resuelve alguna necesidad. Si llevamos este planteamiento al plano político, pocas iniciativas se salvan de la quema. Un claro ejemplo es el del político que propone construir un carril bici de cientos de kilómetros, sin plantearse siquiera qué patrones de movilidad y transporte son los adecuados para la ciudad. O el que anuncia a bombo y platillo la creación de equis plazas residenciales para personas mayores, sin pararse a reflexionar sobre cuál es el modelo de envejecimiento que deseamos para nuestra sociedad. Actualmente, inmersos como estamos en la crisis pandémica, todo lo que no sea cómo salir de ésta y no morir en el intento parece superfluo y fuera de contexto. Incluso el debate sobre si monarquía sí, monarquía no. Ya habrá tiempo para promover un debate serio, puede que incluso necesario, pero, mientras tanto, no se dispersen, por favor. Les necesitamos intelectualmente lozanos y concentrados.

La reflexión de mi compañero de trabajo es interesante en planos más prosaicos y banales. Por ejemplo, en el carro de la compra. Si nos fijamos, es probable que ni el excedente de yogures, la tercera caja de cereales o las seis latas de atún que están en oferta sean necesarios. Las promociones del dos por uno y del tres por dos nos hacen caer en un acopio inútil. Lo mismo sucede con la tecnología y con los cambios de móviles, con las cremas protectoras del sol, los ungüentos que acabarán milagrosamente con las arrugas, los juguetes, los zapatos o los pintalabios. Hace años, cuando me dio por el carmín color rosa intenso, compré varios labiales iguales que todavía no he abierto. Ahora estoy en fase rojo pasión; así que, sí, ¡qué inutilidad la mía! Tengo amigos que compran la misma prenda en diferentes tonalidades y a mí me sobran los pantalones vaqueros y las camisas blancas. Jamás cocinaremos suficientes delicias como para llenar todos los táperes que guardamos en la cocina. Amalgamamos cajas de Paracetamol o de Lorazepan en nuestro botiquín porque nos tranquiliza que éste rebose de química y, ya que estamos aburridos en la cola del súper, nos entretenemos cogiendo un paquetito de caramelos sin azúcar y otro de chicles sabor tropical.

Una de las cosas buenas del confinamiento fue descubrir que con tres camisetas y unos sujetadores (es un decir) es suficiente. Que de la tienda de comestibles basta llevarse lo esencial y saludable. Que la realidad es que, de la lista telefónica de amigos, solo te apetece comunicarte con unos pocos. Que más vale tener una buena botella de vino que varias mediocres. Que en la nevera hay bolsas de queso rallado que, probablemente, caducarán sin que te haya dado tiempo a abrirlas y que en el primer cajón hay muchos calcetines desparejados que se pueden tirar. Soltar lastre y enfocarse en lo importante. Consigna veraniega.

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