Atrapados como estamos en el paradigma de lo técnico-científico, de lo previsible, del mundo en nuestras manos, nos produce pavor lo inesperado. La covid-19 es uno de esos fenómenos que de pronto nos descontrola, por impensado. Y, sin embargo, la vida de cada uno de nosotros, si lo reflexionamos, no deja de ser un prodigio admirable y sorprendente porque pende apenas de un hilo.

Es un verano diferente, no cabe duda. De entrada, la pandemia se ha llevado a muchos de nuestros mayores, en silencio, en soledad, sin nada de heroísmo pese a lo que diga la propaganda oficial. Nadie se sacrificó para que otros, en su lugar, pudiesen respirar en una cama de UCI. Si se quedaron en las habitaciones de sus residencias, alejados de los hospitales, fue porque así lo indicaban los protocolos sanitarios. Redundar en ello de poco sirve ya a estas alturas y podría sonar a demagogia barata y cansina€

Hoy estoy sentado frente al mar de siempre y sin gran esfuerzo mi memoria se llena de innumerables recuerdos. Vuelvo a ver a una familia a la sombra de un chiringuito de temporada. Un porrón bien frío sobre la mesa, pescaditos fritos, calamares€ Niños jugando en la arena y en el agua bajo la atenta mirada de los padres, acomodados en el improvisado refugio veraniego. Niños vestidos con bañadores ceñidos, de tipo slip o bóxer. Niñas con bañadores multicolores. Modas superadas y desterradas hace décadas de playas y piscinas.

Ayer decidí perderme en el pueblo de mis veranos y observar en su plaza el relevo de la tarde a la noche. Poco a nada parece haber cambiado, tal vez porque así deseo contemplarlo... Otra vez los recuerdos se agolpan. Ir y venir de niños, una banda de música que hace sonar el pasodoble y mientras los adultos bailan, la chiquillería serpentea entre las parejas antes de ir a por ese helado que preludia al momento de recogerse poniendo fin a ese día estival que parecía eterno€

Mañana decidiré acudir a la calle y al barrio que me vio nacer y crecer. Mis amigos ya no estarán esperándome para jugar con cromos, a la peonza o al balón. Ni habrá aquellas niñas divirtiéndose con la goma. Tampoco percibiré la cierta y segura vigilancia adulta de aquellos momentos de ocio infantil. Todo queda tan atrás que parece haber sido un sueño. Pero fue real.

Sí, este verano va a ser muy distinto porque no están muchos de quienes nos cuidaban, sin percatarnos, en los meses de mar o de piscina, que nos acompañaron en tantos momentos de felicidad y diversión. ¿Dónde han ido? ¿Al Paraíso, al cielo? ¿Se reencarnaron? ¿Se transformaron en energía para ir a dimensiones inimaginables? ¿Acaso y simplemente ya no son nada? Cada cual tiene sus convicciones. Con toda humildad y gratitud, quería dedicarles estas líneas. Me gustaría pensar que siguen velando por nosotros como aquellos veranos de nuestra infancia.