Como la salud es lo prioritario, de casi nada se habla fuera de todo lo que sean contagios, brotes, rebrotes, hospitalizaciones y mascarillas. Al principio de la pandemia brotó la creatividad española: a mal tiempo, buena cara. Mientras resistíamos y aplaudíamos en los balcones creamos vídeos en los que nos reíamos de casi todo. Recuerdo un espectacular discurso versionado de Cantinflas que describía a la perfección el caos informativo imperante, con ese peculiar lenguaje patentado por al actor mexicano. No sabíamos si las mascarillas eran buenas o malas, si debíamos ir o no ir al médico y si los famosos tests llegarían a primera hora de la noche o en el fin de semana próximo. Cuando llegó la desescalada no faltó quien versionó la famosa escena de 'Bienvenido Mr. Marshall', con el alcalde anunciando que «a partir de demà els bars obriran a primera hora, i treballar ja vorem, que no es qüestió de tindre pressa€». Así de creativos somos.

La dura realidad galopa inmisericorde con el cierre de grandes empresas, del sector turístico e industrial y el convencimiento de que el otoño será dramático. Mientras ese panorama se presenta ante los ojos de los españoles, en la sede de la soberanía nacional todo es visceralidad. Una parte del hemiciclo aplaude con entusiasmo el recuerdo de La Pasionaria y su aportación a la concordia del 78. Esa misma parte acusa a la derecha de ser herederos del fascismo, recordando agravios de hace noventa años. Como si la derecha no hubiera colaborado, incluso liderado el espíritu de la Transición€ En esa endiablada dinámica de disfrutar apelando a los sentimientos y no a la razón, a la teatralidad y no a la verdad, caminan los representantes del pueblo mientras el pueblo observa cómo se desvanecen sus esperanzas y las de sus hijos.

La situación sanitaria empeora. ¿Puede regresar el confinamiento? ¿Puede la economía nacional resistir más tiempo esta incertidumbre? ¿Hasta cuándo aguantará el pueblo el espectáculo de una clase política que aprovecha el poder para proceder a colocar a sus afines, sin un claro ejemplo de liderazgo moral? En las situaciones más dramáticas es más necesario que nunca el comportamiento virtuoso de los líderes. En España hemos visto el abnegado ejemplo de los maltratados sanitarios, de los servidores más humildes, de los que han estado al pie del cañón, arriesgando su salud. Cuando un país paga mejor al asesor de un concejal que a un médico de la Seguridad Social es un país que no merece credibilidad alguna. Y de eso somos culpables todos: derechas, izquierdas y centros, nacionalistas o regionalistas. Nadie ha alzado la voz contra la hiperinflación de gasto público improductivo empezando por el de una mastodóntica Administración.

Y no se trata de cálculos monetarios porque hay algo mucho más valioso: el cálculo de la ejemplaridad, ese que obliga a mirarse al espejo, avergonzarse de uno mismo y proceder a un cambio radical. Por lo que vemos, hay que perder toda esperanza de trabajar por esa regeneración, por esa reconstrucción moral. Aquí de lo que se trata es de avivar fuegos con viejos recuerdos o de anunciar inminentes peligros contra la propiedad legítima€ Y todo en medio de una gigantesca campaña de propaganda capaz de vender burros viejos como potros alazanes. «De ésta vamos a salir más fuertes que nunca» , dicen. Y callan la deuda pública impagable que obligará a recortes por decenas de años en medio de una revolución digital que transforma velozmente los fundamentos de la vieja economía. Por cierto, ¿está preparado nuestro sistema educativo para adaptarse a esta nueva era?

Menos mal que nunca faltará la creatividad en los memes de nuestros móviles. En eso sí somos campeones. Porque a mal tiempo, buena cara. Aunque sea con mascarillas.