Que la libertad es uno de los mayores dones o tesoros se puede leer en el Quijote.

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida (capítulo LVIII, segunda parte)

Y es cierto. Donde no hay libertad sucumbe el progreso, la cultura, y hasta la misma vida es una sucesión de marchitos y ajados escenarios. Sin libertad para exponer ideas y argumentos no hay superación ni progreso, solo desierto, automatismo y noche oscura del alma, que dijera San Juan de la Cruz. Y la cultura, cual río de caudal dialéctico, debe discurrir bajo la generosa corriente de libertad a la crítica, al estudio e incluso a los deslices y tropezones, pues errare humanum est. Cuando la libertad se ve coartada, como le ha ocurrido al catedrático y exdirector de la UNED don Javier Paniagua con la introducción de su libro, vetado y censurado por la editorial pública Alfonso el Magnánimo, el río se desborda hacia terrenos estercolados de arbitrariedad y puritanismo de meapilas.

Porque el puritanismo de sotana y padrenuestro, antaño moral dominante, en ocasiones se recicla hogaño bajo un puritanismo de izquierdas que, como afirma Javier Cercas, lleva en sí el porno de la indignación moral: qué puro, de izquierdas y virtuoso soy, rediós.

Pero, al igual que ocurre con los personajes descritos por el reciente finado Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa, uno sospecha si bajo la moralina o praxis revolucionaria de los señoritos que juegan a ser más de izquierdas que nadie y más respetuosos con la libertad que nadie, hay algo más que postureo o pantomima.

Y sí, en este caso puede haber algo más: un obstáculo en forma de introducción, escrito por don Javier Paniagua, donde se explica la razón del libro y lo sucedido con lo que debió firmarse antes. Y, como afirma el catedrático de Historia don José Antonio Piqueras, el libro es libro desde el título de cubierta hasta el colofón de cierre, y nada tiene de particular -ni mucho menos de censurable, añadiría yo- que el autor revele su motivación acerca del presente libro y de lo que debió ser y no fue por causas exógenas y quién sabe si intereses espurios.

Lo reconozco: he tenido el privilegio de leer el libro de Paniagua, de principio a fin (gracias a dicha lectura, sin ser político y viviendo lejos de Valencia, creo ser uno de los que mejor conoce la política valenciana), y no hay modo de encontrar «insultos ni acusaciones sin demostrar inaceptables en una institución pública», como afirma en valenciano el director de la IAM en las redes sociales, sino hechos e interpretaciones, totalmente respetables, y más respetables aún por cuanto la editorial es de titularidad pública y ha de velar por la libertad de expresión como garante principal que debiera ser de la misma. ¿Qué sentido tiene ese supremacismo moral, encima de una entidad pública, que coarta la libertad de un catedrático de reconocido prestigio?

Hay que tenerlos «cuadrados» para tamaño atrevimiento. Las ideas controvertidas o polémicas, si las hubiere, se combaten mediante el noble ejercicio de la dialéctica, no intentando silenciarlas, como en este caso. La censura, esto es, la cancelación y rechazo del pensamiento libre e independiente, bebe del puritanismo intransigente de nuevo cuño, y este puritanismo intransigente, que se ha adueñado de la verdad y no deja lugar a la duda, es sinónimo de fascismo.

Porque sin fomentar un debate auténtico, enriquecedor, donde fluyan las palabras, ¿dónde está la libertad?; si don Javier Paniagua es culpable hasta que se demuestre lo contrario, ¿dónde está la libertad?

Del mismo modo, el director de la IAM le acusa, sin mentar su nombre, de que posiblemente no conozca en detalle los procesos editoriales, ¡a Paniagua!, ¡a don Javier Paniagua, que ha publicado y editado un buen número de libros! Donde hay autoritarismo, no hay respeto a la autoridad. Donde hay censura, no hay libertad.

Y si la libertad, que es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, como bien se afirma en el Quijote, pues con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, va perdiendo sus batallas, no seremos dignos de ella: por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida.