Podría comenzar este artículo enumerando todas las preguntas que me llegan desde las familias, profesores y alumnos sobre el inicio del próximo curso escolar. Infinitas, varias, todas con sentido y sin respuestas claras. Septiembre se asoma a lo lejos, desdibujado y sin rematar. Y mientras, en casa, las familias comienzan a esconder sus dudas en las mochilas sin estrenar de sus hijos.

Agosto brilla sin escenarios claros. Profesores, expertos, padres y alumnos no consiguen enfocar cómo será la vuelta al cole este año. Se pierden entre pinceladas sin destino que más que definir una situación posible de cumplir, parece un cuadro abstracto abierto a un sinfín de interpretaciones.

¿Qué pasará si el único escenario que se ha dibujado no es viable? ¿Qué pasará si las cosas se complican, si los padres no concilian, si los hijos tienen miedo a volver a clase, si el profesor no tiene los recursos que necesita para sentirse seguro? Me pregunto si en esas carpetas con letras de bolígrafo desgastado en las que se guardan los acuerdos para el próximo curso, se contempla más de un escenario para arrancar las clases, porque la incertidumbre que vivimos no se puede jugar a una sola carta.

Estamos en verano y ahora las preocupaciones se esconden bajo las sombrillas. Hipnotizados por el ir y venir de las olas, las familias cruzan los dedos para que las clases comiencen en septiembre. Con la culpa por delante, piensan en sus trabajos y en la salud de sus hijos a partes iguales, haciendo malabares mentales para poder dormir por las noches.

Debajo de otras sombrillas, profesores mirando un mar de dudas. Cansados, desorientados, poco convencidos, temerosos, pero amantes de su trabajo. Saben que ahora les toca a ellos. Que en septiembre estarán en primera línea, mirando a la cara al virus y sin saber qué es lo que se van a encontrar. Temen septiembre y lo temen mucho. Temen a un alumnado sin mascarillas, a unos niños con edades imposibles para concienciar, a unas aulas que no saben si serán lo suficientemente seguras, a unas distancias entre alumnos que quizá no se podrán respetar. Temen por sus familias y por las de sus estudiantes, por las relaciones sociales de todos sus alumnos, de sus compañeros, las suyas propias. Porque una sola imprudencia puede ser una oportunidad para que el virus se cuele entre los estuches.

Este gigante signo de interrogación que envuelve al mes de septiembre en el calendario 2020 está generando ansiedad y estrés entre los docentes y las familias, hijos incluidos. Pero aunque este año iremos al cole con una mochila de dudas, es posible mantener la calma.

Empatiza. Solo si entendemos que esta situación es compartida. Que nuestros temores no son exclusivos, que también desayunan con ellos otros compañeros y otros padres, quizá nos sintamos más acompañados en este camino hacia una nueva educación en la que la educación se ha convertido en una actriz de reparto. La salud irrumpe en los centros por la puerta grande. Como actriz protagonista a la que hay que cuidar y respetar por encima de un temario, de las horas de patio, de un trabajo en equipo. Todos queremos volver a clase y a casa seguros.

Es el momento de confiar todos con todos. Confiar en que comienza un año diferente, pero también más estimulante para aprender de otra forma o enseñar desde otra perspectiva. Septiembre también es el momento de los reencuentros, dígaselo a su hijo, eso le motivará.

Septiembre se asoma desafiante, pero a la vez misterioso. Este virus nos está enseñando a montar el puzle de nuestras vidas de otra manera, con otras piezas y en otro orden. Miremos al futuro a los ojos con curiosidad y a nosotros mismos desde la responsabilidad. Un solo caso, una sola chispa, puede prender un castillo. Y a estas alturas de la pandemia, casi mejor no jugar con fuego.