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SOSERÍAS

Aplausos y abucheos

Se advierte cierto cachondeo en torno al aplauso que relevantes políticos practican en ocasiones señaladas y en lugares visibles.

La opinión pública, en lugar de recibir con aplauso el aplauso, le dispensa un tono -como digo- de cierta guasita y eso cuando está bienhumorada porque, cuando se da al cabreo, entonces se entrega sin más a la censura y a la descalificación. Que es lo que estamos viendo con disgusto quienes adoramos el aplauso.

Pues se olvida que el aplauso es una muestra de satisfacción, expresa el júbilo, el gesto jocundo del que nadie debe verse privado cuando se trata de exteriorizar su complacencia ante el trabajo brillante del aplaudido.

Obligado es admitir que el aplaudidor/a es alguien que no puede enhebrar odas, sonetos o madrigales porque tales habilidades están reservadas a quienes poseen la filigrana de la palabra, por eso aplaude y a veces golpea el suelo con los pies cuando ya las manos han alcanzado un punto peligroso de ebullición y pueden deshacerse en manojos de lisonjas. Es frecuente que los más enfervorecidos/as acompañen la liturgia con una oración piadosa, una suerte de jaculatoria enriquecida por el recogimiento con que se pronuncia.

El aplauso es, a ver si nos enteramos de una vez, el "evohé" de las míticas bacantes con el que invocaban a Baco, dios del vino pues hay en todo el rito del aplauso mucho de la euforia que el vino produce.

De un lado, euforia del aplaudidor/a porque, si pone convicción y visibilidad, se está asegurando el sueldo y seguir en el escaño todo el tiempo que la geología lo permita. Y euforia del aplaudido al reconocérsele así -de forma ruidosa- los signos del triunfo que porta en sus manos y las hazañas portentosas de las que ha sido o es protagonista.

Se dice que el palio, tan patriótico en el pasado, va a ser usado de nuevo, previo paso por "Tintorerías el Progreso".

Es verdad que podrían celebrarse ceremonias más resultonas, por ejemplo, escoltar al ídolo entre músicas galanas, danzas armoniosas sacadas del barroco, o ¿por qué no? un alegre pasodoble (no taurino, por favor). Pero no hay que descartarlo, todo se andará. Pienso que, cuando el aplauso ya aburra, se reclamarán bailarines, guitarras, soleares, castañuelas y panderetas.

Estamos ante un festival que se organizan -aplaudidores y aplaudido- cuando han culminado bien sus deberes y están contentos y contentas por la felicidad que han distribuido entre los votantes a quienes han aportado eres, ertes y muertes y, además, les han empoderado con un despliegue de posverdades resilientes.

Lo contrario del aplauso es el abucheo dirigido a quien se acusa de caminar entre los candiles apagados de la Historia. El abucheo es como una joroba que le sale al abucheado donde oculta los sonidos horrísonos de la burla. Es un desahogo este del abucheo que se permite quien tiene el intelecto reumático y obstruido.

He leído que ambos, aplauso y abucheo, constituyen la apoteosis del totalitarismo.

Esta ocurrencia solo la sostienen los inevitables aguafiestas con quienes por desgracia hemos de convivir.

Nosotros, en España, perseveraremos en el aplauso y el abucheo, luces y lanzas de nuestros debates y de nuestra convivencia.

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